lunes, 21 de octubre de 2013

A los fariseos





¿No va siendo hora de que la Iglesia deje de ser tan absolutista?
¿Por qué siguen alegando que siempre fue así y así tiene que seguir siendo? Cada vez son más los colectivos católicos que reclaman una Iglesia a la par de la sociedad en la que vivimos, es decir con plena paridad de derechos entre hombres y mujeres.
Algunos deseamos, una Iglesia menos preocupada en mecanismos demasiados estructurados y jerarquizados en lo “establecido”, una iglesia menos apegada al poder y mucho mas al pueblo. Que baje a los marginados, pobres, enfermos…, para anunciarles el verdadero mensaje del Resucitado, y que se deje de zarandajas dorando la píldora al poder. Queremos una Iglesia que no haga lo contrario de lo que predica, una Iglesia que no siga educando a través del recelo: de la amenaza, del chantaje emocional, del remordimiento.¿Cómo se le puede temer a Xto., cuando precisamente es amor y el amor es Xto.? No digo con esto que se pretenda reinventar una nueva Iglesia. Lo que sí digo, es que no se siga sesgando tanto la realidad del Evangelio.
Los sectores más extremistas de la Iglesia miran con espanto al Papa Francisco. Que haga caso omiso a las reglas y normas de la Iglesia Católica, actuando sin consultar ni pedir permiso a nadie para hacer excepciones sobre la forma en que las reglas eclesiásticas se relacionan con él, o que haya hecho un llamado público a la Iglesia Católica a estrechar el diálogo y las relaciones con el Islam, está propiciando unas críticas, algunas excesivamente agresivas, y unos ataques a través de medios de comunicación, sitios webs y redes sociales, que hasta el Opus Dei ha prohibido a sus librerías “Troa" la venta del primer libro acerca del nuevo Papa Francisco. Y lo curioso, que ha llamado mi atención y lo que me ha inducido a escribir, es que precisamente este Papa, sin declamar grandes discursos dogmaticos ni elucubraciones, es el mäs coherente con el Evangelio.

viernes, 18 de octubre de 2013

La corrupción política



¿DÓNDE HAY POLÍTICOS DE LA TALLA DE WILLY BRANDT U OLOF PALME?
El pueblo de Islandia, cuando decidió destituir y juzgar por negligencia a su primer ministro Geir Haarde, el primero que se sentaba en el banquillo por su mala gestión de la economía, concitó la envidia y la admiración de millones de ciudadanos humillados por sus gobernantes. Sentimientos similares de respeto y admiración despertaron los ciudadanos alzados de Túnez, Egipto, Libia, Siria, Yemen y otros países regidos por dictadores y tiranos desalmados.
El número de ciudadanos que se sienten enemigos de sus respectivos gobiernos crece de manera alarmante, del mismo modo que los políticos adquieren cada día con más firmeza la conciencia de que los ciudadanos, indignados ante el fracaso de sus gobernantes, están sujetados, dispuestos a expulsarlos del poder y arrebatarles sus injustos privilegios y ventajas.
Hay algunos pensadores que creen que la antipatía profunda entre el poder y ciudadanos, un fenómeno que cada día se parece más a un conflicto de intereses, será el gran signo de los tiempos durante el presente siglo XXI. Esa rebate entre políticos y ciudadanos marginados y oprimidos es la única tesis que explica el terrible resultado de las encuestas en España, donde, a pesar del maquillaje, la corrupción de los políticos y los políticos como grupo son dos de los cuatro grandes problemas del pueblo y de la nación, reflejando así un rechazo del súbdito a la clase dirigente que, en sí mismo, deslegitima a los que están gestionando el Estado, muchas veces en contra de la voluntad popular.
Muchos gobiernos, tienen mala conciencia porque han fracasado, han causado sufrimiento gratuito y han empobrecido la sociedad, contemplan al ciudadano como su enemigo natural, como a gente a la que teme porque en buena lógica debería exigirles eficacia y echarles del poder por inútiles. El ciudadano, por su parte, mira al gobierno con recelo y se siente cada día más estafado y maltratado por el poder.
Esa "conflicto" entre ciudadanos y políticos es la espina dorsal del terrible deterioro político, del avance de la corrupción y del enfrentamiento entre el poder político y la ciudadanía que ya es el gran fenómeno de nuestro tiempo. Tal vez por eso o solo por eso, nos incumbe a todos afrontar esa responsabilidad para participar de una manera u otra en la solución de este conflicto que nos afecta a todos en su conjunto. Si queremos salvar el sistema de democracias nuestro mundo llamado civilizado, nos corresponde a todos actuar pidiendo a todos aquellos parásitos sociales que nos rodean que se marchen y dejen paso a otros mejor preparados y capacitados para vivir en un estado de libertades.

jueves, 17 de octubre de 2013

A las mujeres maltratadas



LA VIOLENCIA PSICOLÓGICA Y SEXUAL QUE LAS MUJERES SOPORTAN EN SU VIDA COTIDIANA.
La violencia contra la mujer tiene hondas raíces sociales y culturales, un origen plural y se ha utilizado como un instrumento para mantener la discriminación, la desigualdad y las relaciones jerárquicas de poder de los hombres sobre las mujeres.
En todos los procesos de violencia hacia las mujeres subyace un elemento transversal que es la socialización de género. Por un lado, la posición de poder en que los hombres son educados y el modelo de relación de control-dominio que aprenden a establecer con las mujeres, y por otro, la posición de sumisión, dependencia e inseguridad en la que son educadas las mujeres. La interacción entre ambos fenómenos de origen social y cultural, la forma en que se construyen las identidades, el modelo familiar y otros factores de origen estructural, facilitan la aparición y el mantenimiento de la violencia de los hombres hacia las mujeres. Además, la desvalorización social de lo femenino, la falta de poder y de reconocimiento de su autoridad, son factores que han contribuido también a que las mujeres se conviertan en víctimas de violencia.
Son ejemplos de violencia contra las mujeres: el maltrato en el ámbito de pareja, las agresiones y abusos sexuales dentro y fuera del ámbito familiar, las prácticas culturales que atentan contra la integridad física de las mujeres, el tráfico y la explotación sexual, el uso de las violaciones como arma de guerra, la reclusión en el ámbito domestico así como la imposición de roles o comportamientos tradicionalmente asignados a la mujer. Con respecto al ámbito de las relaciones de pareja, la representación social y mental del maltrato suele corresponder a formas de violencia física que tiene efectos graves en la salud, o que puede incluso producir la muerte. Sin embargo, cuando hablamos de malos tratos, nos referimos también a la violencia psicológica y sexual que las mujeres soportan en su vida cotidiana; se trataría de una violencia menos visible pero no por ello menos perjudicial para la salud física y mental. Otra forma de maltrato psicológico que una gran proporción de mujeres está sufriendo, que produce estragos en su autoestima y en su desarrollo personal y autonomía, es el maltrato económico. Cuando el maltratador controla el dinero y le impide disponer de él, toma decisiones unilaterales de su uso, se apodera de los bienes y del patrimonio familiar e incluso le puede dificultar tener un trabajo asalariado.
El avance social, protagonizado especialmente por las mujeres, en la lucha contra la violencia de género ha tenido como uno de sus resultados un marco normativo que define claramente qué es violencia de género y cuáles son sus causas, así como establece mecanismos para erradicar esta lacra social.
También limita la violencia de género a la violencia física, psicológica, incluidas las agresiones a la libertad sexual, las amenazas, las coacciones y la privación arbitraria de libertad. Además, amplía la tipología de conductas que constituyen violencia de género, incluyendo la violencia económica, sexual y los abusos sexuales.

martes, 15 de octubre de 2013

Al fondo Europa



EL NACIONALISMO.
AMENAZA DISGREGADORA Y EXCLUYENTE

Las reivindicaciones étnico-nacionales en medio de una dinámica global ha reafirmado la valoración más negativa del nacionalismo, como promotor de una inaceptable tendencia disgregadora y como incitador de un sentimiento excluyente y xenófobo de homogeneidad cultural.

Después de cruenta guerra Europea comenzó a abrirse paso con fuerza la idea de que una Europa unida representaba la mejor garantía para la paz y la prosperidad económica. La paz se presentaba como un objetivo prioritario que pusiera fin a la tentación bélica de los particularismos étnico-nacionalistas y una enemistad entre Estados que había provocado dos guerras mundiales y unas cotas escalofriantes de destrucción y de muerte. La integración económica se consideró la vía más persuasiva y adecuada para iniciar ese proceso unificador, dejando para después la integración política. De este modo, la Comunidad Económica Europea cuyo germen estuvo representado por Alemania, Francia, Italia, Países Bajos, Bélgica y Luxemburgo, se constituyó en un club que ofrecía un modelo económico muy atractivo del que pronto desearon formar parte muchos otros Estados europeos. 

Pero el paso del tiempo ha demostrado que no era la vía económica el camino natural para la construcción de la pretendida unidad política. Entre otras cosas, por la dificultad que supone recrear una comunidad espiritual, basada en un precipitado histórico de valores europeos comunes, si es que una tarea de ese calibre fuera realmente posible y este tipo de valores fueran realmente existentes.

En todo caso, cuando parecía inapelable e inaplazable la construcción de esa unión política europea y cuando ya se habían puesto en marcha mecanismos encaminados a depositar en una instancia supranacional las funciones de los viejos y supuestamente obsoletos Estados nacionales, ha germinado con inusitada feracidad una tendencia opuesta, reflejada en el recrudecimiento del nacionalismo de Estado, del étnico-nacionalismo, del nacionalismo fundamentalista y del regionalismo.

La liberalización del sistema soviético culminó en un proceso de afirmación nacional que dejó al descubierto una serie de fuerzas que habían permanecido congeladas o dormidas durante más de medio siglo. De este modo, naciones cuya existencia permanecía sólo como un eco o una sombra en la memoria colectiva, brillaron de nuevo en el panorama internacional y Estados que parecían consolidados para siempre, mostraron sus pies de barro, el fenómeno de la unificación alemana y la disgregación de Checoslovaquia o Yugoslavia. Es cierto que una vez pasada la euforia de las celebraciones, el mundo ex-comunista presenta una realidad bastante deprimente tanto a nivel económico como político; no obstante, la exaltación de lo nacional y de lo étnico permanece siempre en un primer plano.

También en la Europa occidental ha hecho aparición un tipo de nacionalismo, reactivo y xenófobo, como resultado de la creciente presencia de poblaciones inmigrantes que, a menudo, son diferentes en cuanto a religión, raza, lengua y cultura. Estas comunidades étnicas, que ocupan con frecuencia los escalones más bajos de la estructura socioeconómica de los estados occidentales, son percibidas por un amplio porcentaje de la población autóctona como una amenaza potencial o real a la identidad nacional del país.

Junto al fenómeno xenófobo-nacionalista, también han aparecido en occidente las reivindicaciones soberanistas de determinados grupos nacionales, existentes en el interior de los estados plurinacionales, que se presentan y legitiman a sí mismos como estados-nación (el país Vasco, Cataluña o Kosovo, son paradigmáticos en la actualidad).

Desde esta perspectiva, el nacionalismo se dibuja como un espectro que amenaza con su trasnochado e irracional particularismo el definitivo impulso universalista exigido por una sociedad del futuro que desea edificarse sobre la paz, la libertad y el bienestar. En efecto, la palabra nacionalismo es proferida desde casi todos los ámbitos políticos como la definitiva y última explicación a la existencia cotidiana de crímenes espantosos y también como una fuerza disgregadora que, en última instancia, amenaza la estabilidad y el futuro de todo el orden europeo.

En definitiva, el nacionalismo resulta sospechoso de re proponer un momento superado de la historia, el periodo de las identidades nacionales, donde la tensión siempre latente entre las orientaciones universalistas de valor del Estado de Derecho y la democracia, frente al particularismo de una nación que se delimita a sí misma frente al mundo, acabó desembocando en el totalitarismo y la idea de la supremacía racial del propio pueblo.


  U n socialista, no debería estar de acuerdo con el pacto entre socialistas en Cataluña. Cada persona mira a través de un cristal de di...