EL NACIONALISMO.
AMENAZA DISGREGADORA Y EXCLUYENTE
Las reivindicaciones étnico-nacionales en medio de una dinámica
global ha reafirmado la valoración más negativa del nacionalismo, como promotor
de una inaceptable tendencia disgregadora y como incitador de un sentimiento
excluyente y xenófobo de homogeneidad cultural.
Después de
cruenta guerra Europea comenzó a abrirse paso con fuerza la idea de que una
Europa unida representaba la mejor garantía para la paz y la prosperidad
económica. La paz se presentaba como un objetivo prioritario que pusiera fin a
la tentación bélica de los particularismos étnico-nacionalistas y una enemistad
entre Estados que había provocado dos guerras mundiales y unas cotas
escalofriantes de destrucción y de muerte. La integración económica se
consideró la vía más persuasiva y adecuada para iniciar ese proceso unificador,
dejando para después la integración política. De este modo, la Comunidad
Económica Europea cuyo germen estuvo representado por Alemania, Francia,
Italia, Países Bajos, Bélgica y Luxemburgo, se constituyó en un club que
ofrecía un modelo económico muy atractivo del que pronto desearon formar parte
muchos otros Estados europeos.
Pero el paso del
tiempo ha demostrado que no era la vía económica el camino natural para la
construcción de la pretendida unidad política. Entre otras cosas, por la
dificultad que supone recrear una comunidad espiritual, basada en un
precipitado histórico de valores europeos comunes, si es que una tarea de ese
calibre fuera realmente posible y este tipo de valores fueran realmente
existentes.
En todo caso,
cuando parecía inapelable e inaplazable la construcción de esa unión política
europea y cuando ya se habían puesto en marcha mecanismos encaminados a
depositar en una instancia supranacional las funciones de los viejos y
supuestamente obsoletos Estados nacionales, ha germinado con inusitada
feracidad una tendencia opuesta, reflejada en el recrudecimiento del
nacionalismo de Estado, del étnico-nacionalismo, del nacionalismo
fundamentalista y del regionalismo.
La
liberalización del sistema soviético culminó en un proceso de afirmación
nacional que dejó al descubierto una serie de fuerzas que habían permanecido
congeladas o dormidas durante más de medio siglo. De este modo, naciones cuya
existencia permanecía sólo como un eco o una sombra en la memoria colectiva,
brillaron de nuevo en el panorama internacional y Estados que parecían
consolidados para siempre, mostraron sus pies de barro, el fenómeno de la
unificación alemana y la disgregación de Checoslovaquia o Yugoslavia. Es cierto
que una vez pasada la euforia de las celebraciones, el mundo ex-comunista
presenta una realidad bastante deprimente tanto a nivel económico como
político; no obstante, la exaltación de lo nacional y de lo étnico permanece
siempre en un primer plano.
También en la
Europa occidental ha hecho aparición un tipo de nacionalismo, reactivo y
xenófobo, como resultado de la creciente presencia de poblaciones inmigrantes
que, a menudo, son diferentes en cuanto a religión, raza, lengua y cultura.
Estas comunidades étnicas, que ocupan con frecuencia los escalones más bajos de
la estructura socioeconómica de los estados occidentales, son percibidas por un
amplio porcentaje de la población autóctona como una amenaza potencial o real a
la identidad nacional del país.
Junto al
fenómeno xenófobo-nacionalista, también han aparecido en occidente las
reivindicaciones soberanistas de determinados grupos nacionales, existentes en
el interior de los estados plurinacionales, que se presentan y legitiman a sí
mismos como estados-nación (el país Vasco, Cataluña o Kosovo, son
paradigmáticos en la actualidad).
Desde esta
perspectiva, el nacionalismo se dibuja como un espectro que amenaza con su
trasnochado e irracional particularismo el definitivo impulso universalista
exigido por una sociedad del futuro que desea edificarse sobre la paz, la
libertad y el bienestar. En efecto, la palabra nacionalismo es proferida desde
casi todos los ámbitos políticos como la definitiva y última explicación a la
existencia cotidiana de crímenes espantosos y también como una fuerza
disgregadora que, en última instancia, amenaza la estabilidad y el futuro de
todo el orden europeo.
En definitiva,
el nacionalismo resulta sospechoso de re proponer un momento superado de la
historia, el periodo de las identidades nacionales, donde la tensión siempre
latente entre las orientaciones universalistas de valor del Estado de Derecho y
la democracia, frente al particularismo de una nación que se delimita a sí
misma frente al mundo, acabó desembocando en el totalitarismo y la idea de la
supremacía racial del propio pueblo.
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