lunes, 1 de abril de 2013

Brindis al sol



Doña Pilar López y Doña Carmen Villanueva. Alcaldesa y Vice alcaldesa del pueblo de Valdemorillo, Madrid.

Cuando hablamos de VERDAD y MENTIRA, estamos analizando dos cosas completamente distintas. Dos polos opuestos, es como si estuviéramos hablando de la noche y el día,  lo blanco y lo negro, la vida y la muerte….
El ser humano ha llegado a descubrir que mintiendo, puede manipular a otros, pero al final quién  miente sabe que dentro de su conciencia rea,  saben  que AL FINAL LA VERDAD LLEGARÁ. Muchas personas falsean, porque saben que al mentir están creando algo ilusorio, falso para ellas, y que esta falsedad puede ser aceptada como real para otros.

Es por eso que nosotros tenemos el intelecto, para poder investigar y llegar a descubrir por nuestro propio medio la verdad y así poder apartar a un lado, todo aquello que parezca falso o mentira. Así que os invito a llegar a conocer la verdad. Pero diréis, de qué verdad hablo. Me refiero a la verdad de todo, de todo lo que veis, leéis y oís.
A los primitivos estudiantes egipcios se les pedía como requisito que no creyeran absolutamente en nada de lo que los maestros les fueran a enseñar, si no que más bien se pusieran a experimentar por ellos mismos los resultados y pudieran sacar sus propias conclusiones. No aceptar por verdad lo que no fuera contrastado y sin que ellos pudieran experimentar.
Desgraciadamente la mentira: apenas se penaliza. Hay sobre ello múltiples ejemplos donde se manifestaba a borbotones. La ciudadanía admite como pauta de comportamiento de los políticos la falta de verdad como si fuese algo inevitable. Que un político diga una cosa y haga lo contrario parece, que es normal o tolerable. Y como el mentiroso sabe que esto no es castigado, sigue mintiendo y metiendo la mano en el cazo común. Eso es así en todos los lugares y colores aunque, aún siendo sea injusta la generalización el cúmulo del engaño masivo lo ostenta el gobierno central que a raudales está haciendo en todos los campos lo más contrario a lo que prometía hace muy poco. Luego se buscarán justificaciones, también falsas: “es lo único que podíamos hacer”, no teníamos libertad para tomar otras decisiones”, “si actuáramos de otro modo, cometeríamos prevaricación”, etc. En definitiva, excusas que engordan la bola de nieve de la mentira.
Se puede juzgar a un político por múltiples razones: por su eficacia, por resolver problemas en lugar de crearlos, por su coherencia, por su coraje, por su sintonía con nuestros planteamientos ideológicos básicos o por muchos otros factores, incluso hasta psicológicos. Pero también deberíamos introducir mucho más el elemento de la credibilidad como factor de elección.
Si se vuelve a votar a un dirigente que actúa como difusor de mentiras masivas, estamos legitimando su actuación y permitiéndole que en el futuro siga engañando impunemente. No nos quejemos entonces. Si, por el contrario, nos atrevemos a decirles: no les voy a renovar mi confianza por sus múltiples engaños, les estamos dando una lección de madurez y diciéndoles, como en el anuncio de un conocido establecimiento comercial: yo no soy tonto.
Porque cuando algunos políticos engañan de modo contumaz están menospreciando a la sociedad. Y cuando los ciudadanos admiten, o toleran que les engañen abundantemente, están revelando una falta de consideración muy grave. Además, cuando esto es un comportamiento extendido, hay algo que no funciona bien en nuestra dignidad como personas ni como comunidad.
Se puede perdonar que un político se equivoque o tome decisiones erróneas, incluso que tenga alguna desviación respecto sus promesas electorales. Admitamos unos márgenes. Pero cuando se instala ese comportamiento como algo constante, si lo consideramos como algo inevitable, les estamos dando permiso o bula para que sigan mintiendo o aún más.
Hace años en uno de los acontecimientos más trágicos de nuestra historia reciente alguien dijo, sobre la gestión de aquel hecho, con énfasis y acierto: “LOS ESPAÑOLES NO NOS MERECEMOS UN GOBIERNO QUE NOS MIENTA”. En aquel momento, eso fue un aldabonazo que hizo girar votos y cambiar el resultado predecible de unas elecciones. Hoy ese dirigente, aunque siga en primera línea, esta amortizado y no está en condiciones de legitimidad de decir eso mismo. Pero alguien, mucho mejor en plural, ha que tener una mínima autoridad moral y valentía para decir: dejen ya de mentir. Pocas voces de intelectuales comprometidos con una ética pública resuenan. Pero, al menos, sí deben ciudadanos anónimos ir concienciándose y extendiendo a otros que en ningún caso y en modo alguno, aunque sean “de los nuestros”, puede tolerarse tanta mentira.
Hay que expresarles: dígannos la verdad, adminístrela si quiere, no nos diga todo lo real, pero, por favor, no hace falta que de modo constante nos engañen. Solo si reaccionamos con firmeza y claridad frente a la mentira compulsiva y masiva, cambiaran nuestros políticos. En otro caso, no nos quejemos de que sigan haciéndolo y aún más, se rían, con razón, de nosotros. En tal  supuesto, acaso, es que si estuviéramos en su lugar también mentiríamos como ellos. Quizás, por eso, seamos tan tolerantes. Yo desde luego no lo comparto porque  yo no soy ni quiero que ellas me consideren un tonto.


Otra Universidad




REFLEXIONES Y DEVANEOS ANTE OTRA MANERA DE ENTENDER NUESTRA UNIVERSIDAD



Una universidad, con independencia de sus medios, será excelente si su profesorado lo es.  La Universidad debería esmerarse en la elección de su claustro, buscando atraer a los mejores  profesores para después cuidarlos y considerarlos como se merece el mejor usufructo de la propiedad universitaria.

La Universidad, es y debe seguir siendo una institución de la esencia del conocimiento, del conjunto del saber de una sociedad sin distinciones de clases razas o culturas.  Por eso la racionalización del gasto público y todo lo que incorpora la  profunda crisis en la que nos hemos sumergido, está mostrando una Universidad  aletargada que, lejos de jugar un papel crítico y dinamizador del conocimiento, se conforma con subsistir sin defender la esencia misma  de una autonomía plena en la resolución de la gestión, sin debatir con fundamentos de gestión política las formulas que se pretenden imponer desde las estancias de la Administración Autonómica, aplicándose en aquelarres en los que los ropajes solemnes se superponen con fórmulas anticuadas, que es lo único que diferencia a los centros universitarios de los de otros estamentos educativos. 


El verdadero control entre ingresos y gastos se debe abordar con realismo, llegando a la gestión de una Universidad con fundamentos públicos de servicio enmarcados en una realidad socioeconómica. La universidad debe estar al alcance de cualquiera que se encuentre en condiciones de poder abordar con éxito las exigencias académicas. Nunca  un sucedáneo de otros estudios que deberían ser emprendidos desde los Ciclos Superiores de Formación Profesional. Tiene que llegar a la Universidad pública, el alumno que quiera, pueda y sepa y que se cuestiona el acierto en la gestión de los escasos recursos disponibles siempre desde una estructura pública y sostenible. 

Probablemente la educación universitaria y la investigación técnico-científica deberían haber sido constituidos con mayor fundamento desde la propia creación de nuestro Estado Autonómico y en la recentralización de competencias que inevitablemente debe acompañarla. El panorama de nuestra Universidad, en cuanto a su número, a su repetición sistemática de centros docentes que  superan en calidad de las enseñanzas y en cantidad de escuela/alumnos. Los umbrales mínimos que cualquier planteamiento racional impondría desde postulados generosos y ausentes de intereses profesionales marcados por las instituciones corporativas profesionales con marcado carácter elitista.

La reforma de la Universidad  debe dejarse en manos de la Universidad con ayuda de los agentes sociales y el Gobierno de la Nación  y que requeriría de un amplio acuerdo social. La autonomía universitaria debe seguir siendo el crisol de un proyecto reformista, valiente y generoso de nuestra Universidad. Económica y socialmente. Necesitamos una Universidad muy distinta a la actual, de mayor exigencia y de mayor calidad. Y eso trae a colación casi todos los aspectos de la organización de las actividades universitarias. 

En cuanto al gobierno de la Universidad, debería replantearse la mimética aplicación de los principios democráticos establecidos para la elección de las instituciones políticas representativas. El carácter electivo de prácticamente todos los órganos de dirección y gobierno de la Universidad no tiene sentido. El principio democrático de la elegibilidad de los órganos de gobierno no tiene por qué aplicarse a todas las instituciones, que no por eso dejan de ser plenamente democráticas.  Buscando un ejemplo del académico francés, Jean-Denis Bredin, para defender esta tesis: cuando los pasajeros suben a un avión no hay una elección popular para ver quién es el piloto, y no por ello se puede decir que la selección de pilotos no respete las reglas democráticas.

Los consejos sociales de las universidades se han alejado de vínculos significativos con el mundo productivo, empresarial y social de nuestra Universidad, el papel que, al modo de los patronatos de las más prestigiosas universidades americanas y europeas, deberían haber funcionado. Pero, si estuviesen en condiciones de cumplirlo, podrían tener atribuido el nombramiento de los máximos responsables académicos de la Universidad. Y si se mantuviera el carácter electivo de tales responsables, habría que diferenciar según los casos (un director de departamento no tiene porque  ser votado por los estudiantes o por el personal no docente) y establecer algunas reglas de buen gobierno. Por ejemplo, estableciendo para los rectores la posibilidad de un único mandato, de mayor duración. La experiencia demuestra que el primer mandato de los rectores suele estar condicionado por el cálculo permanente de las conveniencias de cara a la reelección, y durante el mismo es cuando los distintos grupos electorales, docentes, no docentes y estudiantiles, suelen obtener ventajas y beneficios particulares, reñidos en ocasiones con los intereses generales de la institución y de la sociedad.

Y la selección del profesorado debe cambiarse drásticamente. Desde las viejas oposiciones que garantizaban razonablemente una competencia entre los mejores, permitían la movilidad interuniversitaria y aseguraban un conocimiento profundo de la materia a impartir y una suficiente experiencia investigadora en la misma (lo que no impedía, a veces, la culminación del nepotismo), todas las modificaciones que se han producido han estado encaminadas a reducir los niveles de exigencia.

Con el sistema actual, la movilidad del profesorado entre Escuelas y Universidades pertenece al reino de la fantasía, cualquier planteamiento de captación de los más valiosos o experimentados. Y lo habitual es que se pueda culminar la carrera académica sin salir de la Universidad en que se ha estudiado, sin competir nunca por una plaza, sin ser juzgado por especialistas en la materia y sin tener que acreditar conocimientos de la misma. El que a pesar de ello sigamos contando con muchos profesores excelentes no responde más que al hecho de que lo dioses no nos han abandonado del todo.

jueves, 28 de marzo de 2013

POLÍTICA COMO NEGOCIO.





EL EJÉRCITO DE MEDIOCRES AL PODER


Según el veterano periodista conservador Luis María Ansón, lo que caracteriza a nuestra clase política no es la corrupción es la mediocridad. "Una buena parte de los políticos se han dedicado a la política como negocio. Cuando uno escucha hablar a algunos políticos, se le cae el alma a los pies. 

Es el resultado de una cadena que comienza en la escuela y termina en la clase dirigente. Hemos creado una cultura en la que los mediocres son los alumnos más aventajados, los primeros en ser ascendidos en la oficina, los que más se hacen escuchar en los medios y a los únicos que votamos en las elecciones, sin importar lo que hagan. Porque son de los nuestros. Estamos tan acostumbrados a nuestra mediocridad que hemos terminado por aceptarla como el estado natural de las cosas. Sus excepciones, nos sirven para negar la evidencia. 

Mediocre es un país que en toda la democracia no ha dado un presidente que hablara inglés o tuviera mínimos conocimientos sobre política internacional. Mediocre es el único país del mundo que, en su sectarismo rancio, ha conseguido dividir incluso a las asociaciones de víctimas del terrorismo

Mediocre es un país que ha reformado su sistema educativo trece veces en tres décadas hasta situar a sus estudiantes a la cola del mundo desarrollado. Mediocre es un país que no tiene una sola universidad entre las 150 mejores del mundo y fuerza a sus mejores investigadores a exiliarse para sobrevivir.

UNA MENTIRA SIGUE SIENDO UNA MENTIRA
Mediocre es un país con una cuarta parte de su población en paro que sin embargo encuentra más motivos para indignarse cuando los guiñoles de un país vecino bromean sobre sus deportistas. Un país que ha hecho de la mediocridad la gran aspiración nacional, perseguida sin complejos por esos miles de jóvenes que buscan ocupar la próxima plaza en el concurso Gran Hermano, por políticos que se insultan sin aportar una idea, por jefes que se rodean de mediocres para disimular su propia mediocridad y por estudiantes que ridiculizan al compañero que se esfuerza.

Mediocre es un país que ha permitido fomentado celebrado, arrinconando la excelencia hasta dejarle dos opciones: marcharse o dejarse engullir por la imparable marea gris de la mediocridad.

Mediocre es un país en donde se permite que exista una localidad como Valdemorillo que consiente pactar un gobierno con el único argumento inteligible de perpetuarse en el poder o hacer caja para mitigar deudas adquiridas con la Hacienda de Todos. Sin que ocurra nada en absoluto, sin que la población burlada, engañada, con el fraude de su voto se plante ante la desvergüenza de los políticos tramposos y sin echarse a la plaza del pueblo solicitando justicia y exigiendo dimisiones fulminantes. 

Mediocre es un pueblo como Valdemorillo, en donde se permite: con un descaro habitual y en plena crisis económica, que la alcaldesa y algunos concejales en el poder, hagan de su servicio” un "sostén" perpetuo. Sin haber demostrado nunca su capacidad de  gestión para gobernar en beneficio del pueblo. En un pueblo sin desarrollo sostenible, que se mantuvo gracias a la burbuja inmobiliaria ahora explotada. 

Mediocre es un país que permite que estos episodios se repitan demasiadas veces sin que sus dirigentes políticos del PP pongan freno a estos desmanes.


  U n socialista, no debería estar de acuerdo con el pacto entre socialistas en Cataluña. Cada persona mira a través de un cristal de di...