BAJAR
SALARIOS. AUMENTAR BENEFICIOS.
El capitalismo deriva del usufructo de la
propiedad privada sobre el capital como herramienta de producción constituida
por relaciones empresariales vinculadas a las actividades de inversión y
obtención de beneficios, así como de relaciones laborales tanto autónomas como
asalariadas subordinadas a fines mercantiles. Las empresas llevan a cabo la
producción de bienes y servicios dependiendo de un mercado de consumo para la
obtención de recursos cuyo intercambio se realiza a través del comercio.
Por tanto, el trabajo se desarrolla en forma mercantil
y dependen de la búsqueda de beneficio en un libre mercado interacción entre
una oferta y una demanda. Trabajar es un derecho constitucional incluso
en épocas en los que casi es un privilegio. Al mismo tiempo, comprobamos que
disponer de un empleo no garantiza una vida decente. Los empresarios, los que
carecen de escrúpulos y los que, simplemente, se acomodan a unas circunstancias
muy favorables a los intereses del capital, han “metido la directa” y están
aprovechando la oportunidad que les depara la degradación o desaparición de la
negociación colectiva y la existencia de un desempleo masivo (verdadero
ejército de reserva que presiona a la baja los costes laborales) para bajar los
salarios y aumentar los beneficios.
La obstinada insistencia del Fondo
Monetario Internacional, de los responsables comunitarios y de los gobiernos
para que continúen aplicando políticas de ajuste salarial, la debilidad de las
organizaciones sindicales y la complicidad de una parte de la academia suponen
una inestimable ayuda en esa tarea. El resultado: empleos precarios e
inestables, salarios bajos, largas jornadas de trabajo e intensificación de los
ritmos. Esto ocurre en el sector privado y en las administraciones públicas.
Con la crisis económica todo ha ido a
peor; perdón, todo no, los grandes patrimonios y fortunas, las ganancias del
capital y las retribuciones de los directivas se han mantenido o han mejorado,
apropiándose de una parte creciente del pastel. También han empeorado los
salarios de la mayor parte de los trabajadores. Pero no nos equivoquemos ni
confundamos al personal, antes del crack financiero, mucho antes, el mundo
capitalista desarrollado, en general, y los capitalismos europeos, en
particular, habían experimentado una persistente degradación salarial. Y como
resultado de ese proceso las estadísticas ya reflejaban con nitidez la
existencia, en continuo ascenso, de la categoría de “trabajadores pobres”. Tan
sólo dos cifras. Según la Organización Internacional del Trabajo, en 2007 el
14,1% de los trabajadores españoles eran considerados de bajos ingresos,
mientras que Eurostat contabilizaba en ese mismo año como pobres al 10,2%.
El crecimiento al que continuamente se
apela como si fuera un medicamento mágico, la Europa social que algunos
reivindican como modelo a recuperar, y el empleo, objetivo que unos y otros
proclaman a los cuatro vientos, no garantizaba entonces y mucho menos garantiza
ahora un salario digno. El problema es la crisis, sin duda, pero también la
construcción europea y el capitalismo. No lo olvidemos.
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