lunes, 2 de junio de 2014

EL FONDO MONETARIO INTERNACIONAL



BAJAR SALARIOS. AUMENTAR BENEFICIOS.
El capitalismo deriva del usufructo de la propiedad privada sobre el capital como herramienta de producción constituida por relaciones empresariales vinculadas a las actividades de inversión y obtención de beneficios, así como de relaciones laborales tanto autónomas como asalariadas subordinadas a fines mercantiles. Las empresas llevan a cabo la producción de bienes y servicios dependiendo de un mercado de consumo para la obtención de recursos cuyo intercambio se realiza a través del comercio.
Por tanto, el trabajo se desarrolla en forma mercantil y dependen de la búsqueda de beneficio en un libre mercado interacción entre una oferta y una demanda. Trabajar es un derecho constitucional incluso en épocas en los que casi es un privilegio. Al mismo tiempo, comprobamos que disponer de un empleo no garantiza una vida decente. Los empresarios, los que carecen de escrúpulos y los que, simplemente, se acomodan a unas circunstancias muy favorables a los intereses del capital, han “metido la directa” y están aprovechando la oportunidad que les depara la degradación o desaparición de la negociación colectiva y la existencia de un desempleo masivo (verdadero ejército de reserva que presiona a la baja los costes laborales) para bajar los salarios y aumentar los beneficios.
La obstinada insistencia del Fondo Monetario Internacional, de los responsables comunitarios y de los gobiernos para que continúen aplicando políticas de ajuste salarial, la debilidad de las organizaciones sindicales y la complicidad de una parte de la academia suponen una inestimable ayuda en esa tarea. El resultado: empleos precarios e inestables, salarios bajos, largas jornadas de trabajo e intensificación de los ritmos. Esto ocurre en el sector privado y en las administraciones públicas.
Con la crisis económica todo ha ido a peor; perdón, todo no, los grandes patrimonios y fortunas, las ganancias del capital y las retribuciones de los directivas se han mantenido o han mejorado, apropiándose de una parte creciente del pastel. También han empeorado los salarios de la mayor parte de los trabajadores. Pero no nos equivoquemos ni confundamos al personal, antes del crack financiero, mucho antes, el mundo capitalista desarrollado, en general, y los capitalismos europeos, en particular, habían experimentado una persistente degradación salarial. Y como resultado de ese proceso las estadísticas ya reflejaban con nitidez la existencia, en continuo ascenso, de la categoría de “trabajadores pobres”. Tan sólo dos cifras. Según la Organización Internacional del Trabajo, en 2007 el 14,1% de los trabajadores españoles eran considerados de bajos ingresos, mientras que Eurostat contabilizaba en ese mismo año como pobres al 10,2%.
El crecimiento al que continuamente se apela como si fuera un medicamento mágico, la Europa social que algunos reivindican como modelo a recuperar, y el empleo, objetivo que unos y otros proclaman a los cuatro vientos, no garantizaba entonces y mucho menos garantiza ahora un salario digno. El problema es la crisis, sin duda, pero también la construcción europea y el capitalismo. No lo olvidemos.

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