martes, 1 de abril de 2014

Reflexión



Hoy, me apetece traer a mi blog la PROFESIÓN DE FE que mi viejo amigo, compañero y colega:  profesor Paco Blanco Prieto, que emplaza en su blog del que me siento apasionado lector. Lo cierto es que desde posicionamientos de credo trascendental disímiles, mi visión de fe se funde con sus convicciones de proclamar un canto de libertad con la ventana de la vida completamente abierta a un nuevo aire fresco.

PROFESIÓN DE FE
Todas las personas, creyentes y descreídas, tenemos un credo, compendio de aquello en que confiamos para dar sentido a nuestra vida. Y declarar en voz alta la fe profesada compromete la conducta y exige testimonio personal de la fe proclamada.
La cuestión es que muchos vociferan las creencias que otros han dictado, no incluyéndome entre los asamblearios que repiten consignas de terceros, inaccesibles al ente
ndimiento, porque la fe religiosa exige cerrar puertas a la razón ante lo inalcanzable a la cordura.
Mi profesión de fe se limita a optar por aquello que en la vida ha estimulado mi ánimo, alegrándome el camino y dándome fuerzas para mantener la esperanza en el único mundo posible, sabedor que la vida es única e irrepetible, porque creo sobre todo en el amor terrenal compartido, hacedor del bien, origen de la paz, y camino cierto de felicidad.
Creo en mi experiencia de amor familiar, plena de entrega incondicional a quienes he tenido siempre a mi lado en horas dulces y amargas soledades.
Creo en la muerte sin redención posible, en la nada postrera, en el silencio eterno y en el olvido total cuando aquellos que ahora me conviven desaparezcan.
Creo en mi vecino, en quien se cruza conmigo y en el desconocido que ignoro, más que en el cielo lejano que no alcanzo.
Creo en la amistad como valor eterno, aunque no haya conseguido eternizarla, por lo cambiantes que han sido las oportunidades de lograrlo.
Creo en la honradez natural de las personas, y disculpo el hurto para sobrevivir, pero no el enriquecimiento a costa del sudor ajeno o de las urnas.
Creo en el esfuerzo diario como fuente de inspiración; en la renuncia como base del éxito personal, en el sacrificio como itinerario y en la superación permanente.
Creo en el diálogo como terapia para los conflictos por encima de intolerantes barreras e incomprensiones interesadas de sofistas y malversadores dialécticos.
Creo en la humildad de quien se guarda de la presunción, y detesto la humillación del prepotente que va golpeando a todos con su cuenta corriente o su tarima.
Creo en la fuerza revolucionaria de las ideas, en el mérito de las opiniones avaladas, en la virtud de todas las creencias  y en el poder de convicción de los argumentos.
Creo, en fin, en el cielo y el infierno terrenales, vibrando de felicidad con la madre primeriza y conmoviéndome de dolor ante prematuras despedidas.
Creo en el destierro de fronteras, el derribo de murallas y la siega de alambradas; en los apátridas; en el huerto común; en el aire compartido; y en el sol universal.
Creo en el mártir redentor de alienaciones mentales, en el liberador de ideologías encadenadoras, doctrinas esclavizantes y paraísos inexistentes.
Creo en la verdad por encima de todas las cosas, aunque arrebate el sosiego, comprometa la amistad, exija sufrir un poco y disperse la conformidad.
Creo en el error humano y lo disculpo cuando es ajeno, careciendo de indulgencia para los desaciertos propios si éstos afectan a las personas que amo.
Creo en la lealtad de los amigos pero me mantengo en estado alerta y a la espera de que cante el gallo porque sé que en algún momento llegará la decepción.
Creo en los creyentes sinceros a toda religión y credo, por lejano que éste sea, a pesar de mi descreimiento en la doctrina que proclame.
Creo en todo aquello que no puede comprarse en taquilla alguna y que la vida entrega a manos llenas a quien camina llevando la solidaridad por bandera.
Creo en la justicia terrenal sin esperar nada del consuelo celestial que proporciona a los creyentes la justicia divina, a la que no espero llegar algún día.
Creo, en fin, en quienes en mí creen y en los que desconfían por no haberme ganado su confianza con actitudes distintas a las que de mí esperaban.

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