TENDEMOS A VOTAR BAJO CRITERIOS DISTINTOS .
De los que lo haríamos para un gestor de nuestras cuentas. En este sentido, factores como la deuda de un ayuntamiento, de una comunidad autónoma o un país nos parece poco importante a la hora de evaluar la gestión y decidir, en consecuencia, nuestro voto
Cada
vez que se anuncia un nuevo recorte o que el paro o los desahucios aparecen
como tristes manifestaciones sociales de la delicada situación por la que
atraviesa España, arrecian las críticas contra el poder al que se atribuyen que
no acaban de aportar soluciones definitivas contra la crisis. Asumiendo la
cuota que corresponde la primera obligación que tiene el gobierno es la de
transmitir la realidad exacta de nuestra situación.
Parece
que solo puede existir la austeridad a ultranza, o las políticas
intervencionistas frente a las liberales. Todo ello es lógico fruto de un
ambiente social de aflicción. Y en medio de este desconsuelo, a uno le da por
pensar que buena parte de la solución está ahí, en la sociedad española, y que
esta crisis va a dejar, además de mucho dolor, un aprendizaje valioso que puede
ayudar a cambiar las cosas.
Tal
vez por eso se móvil izó contra las ejecuciones de desahucio por impago de hipotecas.
La reacción se organizó bien y con un ritmo vertiginoso harta conseguir lo que parecía
imposible que una comisión de siete jueces pusiera el dedo en la llaga con un
contundente informe contra el marco legal que permite abusos de ley. Esa
contestación frente al drama de los desahucios desde estamentos, antes
aparentemente pasivos, se concienciaron de una realidad que estaba a punto de
generar un conflicto social sin precedentes. La presión social, espoleada
también por varios suicidios de afectados, y fue lo suficientemente intensa
como para que el Gobierno tomara cartas en el asunto intentando un pacto con el
PSOE y pidiendo una señal contundente a la banca. Esta respondió con una
decisión histórica decretando unilateralmente una moratoria de dos años para
casos de “extrema necesidad” que las cajas han ampliado a todas las ejecuciones
hipotecarias hasta que haya un nuevo marco legal.
Los
dos grandes partidos, antes remisos a buscar una solución duradera, iniciaron
ayer sus contactos formales para pactar una nueva legislación que acabe con los
abusos. Ambas formaciones buscan medidas de urgencia como las adoptadas por el
sector financiero que aliviarán la penosa situación de decenas de familias.
Solo por ello, son iniciativas que merecen ser aplaudidas. Pero se equivocaría
el Gobierno si creyera que tales indultos temporales son suficientes para
reconducir la situación. Al informe de los jueces se han sumado los 46 decanos
de toda España. Varios ayuntamientos amenazan con retirar sus fondos de una
entidad bancaria si en sus municipios esta ejecuta un desahucio más. El
principal sindicato policial dice que apoyará a los agentes que se nieguen a
intervenir en un desalojo aunque estén cumpliendo la ley: mala decisión.
La
raíz del problema no es la insolvencia de los ciudadanos más vulnerables y más
castigados por la crisis. Es importante elevar el llamado “umbral de exclusión”
para que no solo se beneficien de las nuevas medidas los que estuvieran
prácticamente en la indigencia. Extender el alquiler social y dar salida así a
ese amplio parque de viviendas vacías es una buena opción. Pero el Gobierno
debe tener claro que el problema fundamental radica en un marco jurídico rechazado
por el 95% de la población, que permite otorgar a los inmuebles dos valores de
tasación distintos, de adquisición y de ejecución; este último más bajo, habitualmente,
que ampara un sistema de subastas muchas veces amañado, que da por buenos unos
intereses de demora que multiplican la deuda original, que dificulta la dación
en pago y que, en definitiva, no da margen al deudor de buena fe para sortear
el problema que se le ha presentado. De ahí la necesidad de ese cambio
normativo por vía de urgencia. Demorarlo durante meses sería un desatino.
Con esta crisis los ciudadanos se van a
volver más exigentes y a pedir a los políticos, a las instituciones más
responsabilidad. En todo caso, para que esa conciencia se extienda de forma
efectiva es preciso que se ayude a los ciudadanos a comprender dónde deben
estar los elementos de juicio. Dicho sea de paso, tendemos a votar a un alcalde
o a cualquier otro cargo público bajo criterios distintos de los que lo
haríamos para un gestor de nuestras cuentas. En este sentido, factores como la
deuda de un ayuntamiento, de una comunidad autónoma o un país nos parece poco
importante a la hora de evaluar la gestión y decidir, en consecuencia, nuestro
voto. Pues bien, baste pensar en los esfuerzos que se exigen ahora a España
para entender la importancia del rigor en la gestión. También es preciso contar
con una conciencia generacional, algo que siempre ha existido, pero cuya
necesidad puede acrecentarse ahora. Baste pensar que la factura de la
resolución de la crisis la están pagando principalmente dos generaciones de
españoles a los que, aparte de ese coste, les va a ser difícil acceder a los
prometidos beneficios del Estado de bienestar. Y el Estado de bienestar es
posible, porque lo ha sido y puede seguir siéndolo, pero se manifiesta también
la necesidad de que la ciudadanía tome conciencia de lo que cuesta mantenerlo y
de cuánto se aporta y cuánto se recibe de ese sistema.
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