Yo no pago mis impuestos para alimentar estómagos
agradecidos o fomentar el latrocinio
En las películas americanas de mi
infancia siempre había un personaje que usaba la frase “yo pago todos mis
impuestos”, para apuntalar sus quejas y exigencias. Confieso que entonces no la
entendía, era niño en la época franquista, y tuve que preguntar qué eran
impuestos y por qué decían esa expresión. El tiempo me acabó explicando todo y
me enteré que las calles, las escuelas, los hospitales… se pagan con el dinero
de esos impuestos que salen de los bolsillos de todos los españoles que
constituyen esencialmente la clase trabajadora, que vive básicamente del
rendimiento de su trabajo y por ello cobra un salario transparente. En teoría
paga más el que tiene más, aunque la realidad es que solamente pagamos
proporcionalmente los que estamos sometidos a trasparencia fiscal, los
asalariados apoquinamos mucho más que algunos empresarios y políticos.
Paradójicamente, son éstos los que tienen mejores casas, lujosos coches y
visten mejores galas.
La verdad es que no comprendo a los que
se quejan de los impuestos. Creo que a mí me gustaría pagar más, envidio a los
que tienen que soltar cada año cientos de miles de euros al fisco. Cuando llega
la época de la declaración de la renta hasta me suelen devolver dinero, recuerdo
los años que gané mucho y tuve que pagar por ello. En cambio, hay quien
preferiría reducir los impuestos para que cada uno se pague la educación, la
sanidad y hasta la seguridad privada. En el fondo lo que no quieren es tener
que pagar servicios públicos que no utilizan para no juntarse con los pobres en
la sala de espera del centro de salud o en el patio del colegio. A lo mejor no
es necesario subir los impuestos y todo se resolvería si cada uno pagara lo que
le corresponde en justicia y se persiguiera el fraude.
Lo que
estamos viendo y viviendo estas últimas semanas con el "caso
Bárcenas" nos lleva a un estado vomitivo permanente. Pero no por ello es
nueva esta situación en nuestro país. Con el PSOE y su "caso Filesa"
también corrieron ríos de tinta, aunque también es cierto que este partido que
fue de gobierno y con vocación de volver a serlo, de alguna manera, se vacunó
con aquel caso ya que hubieron condenados de por medio. No puedo decir lo mismo
del "caso Naseiro" (PP). Casos como el de Urdangarín; el de la Sra.
Munar, ex presidenta del Parlamento Balear; el del propio ex presidente de
dicho Parlamento, el Sr. Matas; o lo último conocido sobre la Fundación
Ideas... Así podría seguir y seguir, pero no es éste el objeto de esta
publicación.
Sí, ya sé
que escribir sobre este tema es redundar sobre lo mismo; que estamos cansados,
hartos, que nos sentimos impotentes a la par que estupefactos y cabreados…
pero, ¿entonces qué hacemos?, ¿lo dejamos pasar?, ¿lo obviamos o lo olvidamos?
Radicalmente no; es más, creo que hay que denunciarlo con más fuerza, alzando
la voz en todos los sentidos y en todos los foros posibles. Vaya por delante,
pues, mi más contundente repulsa hacia estas prácticas repugnantes y en algunos
casos cuasi mafiosas, impropias de lo que tiene que ser una verdadera vocación
de servicio público.
Está claro, que
la corrupción política es un problema transversal que afecta prácticamente a
todos los partidos o al menos a aquellos que, primero, consiguen
democráticamente el poder y más tarde se apropian de él; son esos
“imprescindibles”, esos “insustituibles” que piensan, y lo piensan de verdad,
que no habrá otras personas que estén a su altura intelectual y política; o
bien pensarán que para que “trinquen” otros ya lo hacen ellos.
Para
qué quiero una democracia? Para votar por quien me ofrezca un programa de
gobierno que me permita vivir mejor, poder expresar mi punto de vista sin que
tenga que pagar por ello. Vivir mejor supone el poder desarrollar una actividad honesta (es decir,
que no sea hecha a costa de la desgracia ajena ni sirva para perjudicar a
nadie); educarme y educar a mis hijos; comer todos los días, respirar un aire
que no me infecte ni me enferme; poder moverme y desplazarme a mi trabajo y a
mi casa y a mis obligaciones y diversiones sin que nadie me agreda…. o me
detenga arbitrariamente.
Para
finalizar una reflexión: La pobreza, cuando llega a la miseria sin esperanza,
destruye a los seres humanos y los convierte en despojos que anula su ilusión
¿Qué peor inversión puede hacer un sistema capitalista que apostar consciente e
inconscientemente a la pobreza y a la desocupación, que perjudican, en primer
lugar al mercado? ¿Tiene sentido afrontar los desafíos del mundo actual con una
mayoría de pobres desesperanzados mientras perciben el tufo de corrupción
afecto a las clases dirigentes elegidas por sufragio?
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