miércoles, 13 de febrero de 2013

“Yo SÍ pago todos mis impuestos”




Yo no pago mis impuestos para alimentar estómagos agradecidos o fomentar el latrocinio
En las películas americanas de mi infancia siempre había un personaje que usaba la frase “yo pago todos mis impuestos”, para apuntalar sus quejas y exigencias. Confieso que entonces no la entendía, era niño en la época franquista, y tuve que preguntar qué eran impuestos y por qué decían esa expresión. El tiempo me acabó explicando todo y me enteré que las calles, las escuelas, los hospitales… se pagan con el dinero de esos impuestos que salen de los bolsillos de todos los españoles que constituyen esencialmente la clase trabajadora, que vive básicamente del rendimiento de su trabajo y por ello cobra un salario transparente. En teoría paga más el que tiene más, aunque la realidad es que solamente pagamos proporcionalmente los que estamos sometidos a trasparencia fiscal, los asalariados apoquinamos mucho más que algunos empresarios y políticos. Paradójicamente, son éstos los que tienen mejores casas, lujosos coches y visten mejores galas.
La verdad es que no comprendo a los que se quejan de los impuestos. Creo que a mí me gustaría pagar más, envidio a los que tienen que soltar cada año cientos de miles de euros al fisco. Cuando llega la época de la declaración de la renta hasta me suelen devolver dinero, recuerdo los años que gané mucho y tuve que pagar por ello. En cambio, hay quien preferiría reducir los impuestos para que cada uno se pague la educación, la sanidad y hasta la seguridad privada. En el fondo lo que no quieren es tener que pagar servicios públicos que no utilizan para no juntarse con los pobres en la sala de espera del centro de salud o en el patio del colegio. A lo mejor no es necesario subir los impuestos y todo se resolvería si cada uno pagara lo que le corresponde en justicia y se persiguiera el fraude.
Lo que estamos viendo y viviendo estas últimas semanas con el "caso Bárcenas" nos lleva a un estado vomitivo permanente. Pero no por ello es nueva esta situación en nuestro país. Con el PSOE y su "caso Filesa" también corrieron ríos de tinta, aunque también es cierto que este partido que fue de gobierno y con vocación de volver a serlo, de alguna manera, se vacunó con aquel caso ya que hubieron condenados de por medio. No puedo decir lo mismo del "caso Naseiro" (PP). Casos como el de Urdangarín; el de la Sra. Munar, ex presidenta del Parlamento Balear; el del propio ex presidente de dicho Parlamento, el Sr. Matas; o lo último conocido sobre la Fundación Ideas... Así podría seguir y seguir, pero no es éste el objeto de esta publicación.
Sí, ya sé que escribir sobre este tema es redundar sobre lo mismo; que estamos cansados, hartos, que nos sentimos impotentes a la par que estupefactos y cabreados… pero, ¿entonces qué hacemos?, ¿lo dejamos pasar?, ¿lo obviamos o lo olvidamos? Radicalmente no; es más, creo que hay que denunciarlo con más fuerza, alzando la voz en todos los sentidos y en todos los foros posibles. Vaya por delante, pues, mi más contundente repulsa hacia estas prácticas repugnantes y en algunos casos cuasi mafiosas, impropias de lo que tiene que ser una verdadera vocación de servicio público.
Está claro, que la corrupción política es un problema transversal que afecta prácticamente a todos los partidos o al menos a aquellos que, primero, consiguen democráticamente el poder y más tarde se apropian de él; son esos “imprescindibles”, esos “insustituibles” que piensan, y lo piensan de verdad, que no habrá otras personas que estén a su altura intelectual y política; o bien pensarán que para que “trinquen” otros ya lo hacen ellos.
Para qué quiero una democracia? Para votar por quien me ofrezca un programa de gobierno que me permita vivir mejor, poder expresar mi punto de vista sin que tenga que pagar por ello. Vivir mejor supone el poder  desarrollar una actividad honesta (es decir, que no sea hecha a costa de la desgracia ajena ni sirva para perjudicar a nadie); educarme y educar a mis hijos; comer todos los días, respirar un aire que no me infecte ni me enferme; poder moverme y desplazarme a mi trabajo y a mi casa y a mis obligaciones y diversiones sin que nadie me agreda…. o me detenga arbitrariamente.
Para finalizar una reflexión: La pobreza, cuando llega a la miseria sin esperanza, destruye a los seres humanos y los convierte en despojos que anula su ilusión ¿Qué peor inversión puede hacer un sistema capitalista que apostar consciente e inconscientemente a la pobreza y a la desocupación, que perjudican, en primer lugar al mercado? ¿Tiene sentido afrontar los desafíos del mundo actual con una mayoría de pobres desesperanzados mientras perciben el tufo de corrupción afecto a las clases dirigentes elegidas por sufragio?

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