Juventud, divino tesoro... |
LA VULNERABILIDAD DE UNA JUVENTUD SIN
TRABAJO
La sociedad tradicional sólo distinguía al
adulto y al niño. La infancia podía extenderse hasta edades que hoy denominamos
juveniles o se pasaba directamente a través de la emancipación del trabajo y la
creación de una familia, al colectivo de adultos. El período que va de la
infancia a la madurez, ha existido siempre, pero las más de las veces como
edades de vulnerabilidad. Esta vulnerabilidad era una proyección de la lasitud
de la infancia ya que ésta sólo existía bajo el amparo de la familia.
Hoy se suele estar de acuerdo en reconocer
desde la perspectiva temporal que la infancia se acaba hacia los 13 o 14 años.
En lo que no se está tan de acuerdo es en establecer hasta donde llega la
juventud, esta fecha oscila entre los diecinueve y veinticinco años. Por todo
esto y siempre de manera aproximada, podríamos decir que se tiende a reconocer
como colectivo de jóvenes a los individuos comprendidos entre los 19 a los casi
30 años.
El gasto de educación en España. ¿Trabajo? |
Además, asistimos, en las sociedades
tecnológicas, a una demanda de formación mayor que hace necesario superar el
nivel ilustrativo de los padres para adquirir un menor status. Es por esto que
entre las clases medias y medias-bajas se ha generalizado la creencia de que la
mejor herencia que se puede dejar a los hijos es la formación pero ahora con la
crisis la única solución pasa por jóvenes preparados jóvenes emigrantes a otras
tierras. El resultado es una situación de dependencia que puede llegar hasta
los 30 años (en España en 1.998 el 53%
de los jóvenes de 26-29 años vivía con sus padres[i]). Es por tanto la familia y no las
instituciones la que asume los costes que origina la etapa de transición a la
edad adulta. Y esto no siempre, como se ha pretendido, con satisfacción plena
de los afectados, ya que el 67,7% de los jóvenes españoles entre 20 y 24 años
preferiría vivir en su propia casa.
La sociedad desarrollada, triunfadora de
la enfermedad, alarga la vida y también desdibuja los límites del paso a la
vejez. La creciente longevidad de nuestras poblaciones y las bajas tasas de
natalidad van ubicando cada año a un mayor número de personas en el furgón de
cola. Pero lejos de reivindicar socialmente la condición de mayores, se
proyecta la imagen de la eterna adultez. Los mayores, ancianos o viejos, han
desaparecido porque se han transformado en pensionistas válidos, independientes
o incapacitados. Los primeros proyectan una imagen de afortunados, se supone
que tienen pensiones suficientes, y puesto que no se deben al mercado de
trabajo son libres para disponer de lo que se supone una ventaja, de todo el
tiempo del mundo para divertirse, para el ocio o lo que algunos llaman
disfrutar de la vida.
Los jóvenes no acaban de ser redefinidos.
La imagen de joven contestatario, rebelde de los años 60, habita en el
imaginario colectivo pero dista mucho de ser viable en el espacio social que
hoy se dispone para ellos. El joven de la protesta es hoy adulto mayor y
jubilado y eso es equivalente a integración, por tanto, tiene intereses sobre
todo en mantenerse en un modelo social que selecciona a los individuos que
define o califica de interesantes, valiosos o competitivos. La selección social
es excluyente porque aunque todos son los llamados pocos serán los escogidos.
Desde este principio y por más que se construya la excelencia, no todos los
seres humanos dan la talla de excelentes, aunque se reconozca que todos tienen
derecho a tener un lugar en el mundo. Los jóvenes y los mayores tienen cada vez
más en común el ser desocupados, por tanto, desde los valores utilitaristas de
la sociedad productiva se les busca otro lugar de utilidad, se les fabrica
funciones sociales y en un intento por encontrarles, si no el lugar en la
estructura productiva, sí la función social que justifique el no estar. Es por
esto que sobre los excluidos se crean imágenes, características y categorías
comprensivas; cuando a los integrados sólo les define el “estar integrado”, soy
lo que hago, la profesión, la ocupación, lo que trabajo.
La manipulación consiste fundamentalmente
en aprovechar la frustrada emancipación de los jóvenes y la sustitución que
éstos hacen de su falta de protagonismo social a través de modas, conductas,
valores y gustos, para hacer ver que esta forma de vida es natural, deseable o
envidiable. La imagen del joven es recreada, encauzada y, por último
empaquetada. Todos los deseos por hacerse significar, van a ser retomados por
el marketing y escenificados en los medios de comunicación para mayor gloria de
la economía. Mientras la jaula de oro, en la que se supone viven los jóvenes
(familias de origen, sin responsabilidad de esposa e hijos, con libertad sexual
y viajes) parece ser cada vez más jaula. La imposibilidad de vislumbrar un
futuro como adulto lleva a numerosos jóvenes a continuar con conductas propias
de adolescentes lo que no auspicia un orden social. El horizonte de la
integración social de los jóvenes se nos antoja conflictivo, la proletarización
de los hijos en casa ya está generando conflictos convivenciales en el ámbito
familiar, pero en el ámbito público quizá sólo se necesita un motivo que dentro
del imaginario del colectivo de jóvenes sea lo suficientemente poderoso.
[i]
López Blasco, A. Y Rene Bendit. “Indicadores sociales europeos básicos sobre
juventud”. Plan de Estudios 2.001. MTAS. INJUVE. p.142
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