martes, 19 de febrero de 2013

¿UNA JUVENTUD PERDIDA?





Juventud, divino tesoro...
Hoy me apetece traer a mi página una reflexión de la juventud actual desde postulados sociológicos. Debo confesar que la sociología ha sido y es mi vocación rescatada en estos últimos años que espero retomar cuando abandone la docencia.

LA VULNERABILIDAD DE UNA JUVENTUD SIN TRABAJO

La sociedad tradicional sólo distinguía al adulto y al niño. La infancia podía extenderse hasta edades que hoy denominamos juveniles o se pasaba directamente a través de la emancipación del trabajo y la creación de una familia, al colectivo de adultos. El período que va de la infancia a la madurez, ha existido siempre, pero las más de las veces como edades de vulnerabilidad. Esta vulnerabilidad era una proyección de la lasitud de la infancia ya que ésta sólo existía bajo el amparo de la familia. 


Hoy se suele estar de acuerdo en reconocer desde la perspectiva temporal que la infancia se acaba hacia los 13 o 14 años. En lo que no se está tan de acuerdo es en establecer hasta donde llega la juventud, esta fecha oscila entre los diecinueve y veinticinco años. Por todo esto y siempre de manera aproximada, podríamos decir que se tiende a reconocer como colectivo de jóvenes a los individuos comprendidos entre los 19 a los casi 30 años.


El gasto de educación en España. ¿Trabajo?
período de juventud que evidenciaba todo el tiempo de preparación de este ciclo de la vida.


Además, asistimos, en las sociedades tecnológicas, a una demanda de formación mayor que hace necesario superar el nivel ilustrativo de los padres para adquirir un menor status. Es por esto que entre las clases medias y medias-bajas se ha generalizado la creencia de que la mejor herencia que se puede dejar a los hijos es la formación pero ahora con la crisis la única solución pasa por jóvenes preparados jóvenes emigrantes a otras tierras. El resultado es una situación de dependencia que puede llegar hasta los 30 años (en España en 1.998  el 53% de los jóvenes de 26-29 años vivía con sus padres[i]).  Es por tanto la familia y no las instituciones la que asume los costes que origina la etapa de transición a la edad adulta. Y esto no siempre, como se ha pretendido, con satisfacción plena de los afectados, ya que el 67,7% de los jóvenes españoles entre 20 y 24 años preferiría vivir en su propia casa. 


La sociedad desarrollada, triunfadora de la enfermedad, alarga la vida y también desdibuja los límites del paso a la vejez. La creciente longevidad de nuestras poblaciones y las bajas tasas de natalidad van ubicando cada año a un mayor número de personas en el furgón de cola. Pero lejos de reivindicar socialmente la condición de mayores, se proyecta la imagen de la eterna adultez. Los mayores, ancianos o viejos, han desaparecido porque se han transformado en pensionistas válidos, independientes o incapacitados. Los primeros proyectan una imagen de afortunados, se supone que tienen pensiones suficientes, y puesto que no se deben al mercado de trabajo son libres para disponer de lo que se supone una ventaja, de todo el tiempo del mundo para divertirse, para el ocio o lo que algunos llaman disfrutar de la vida.


Los jóvenes no acaban de ser redefinidos. La imagen de joven contestatario, rebelde de los años 60, habita en el imaginario colectivo pero dista mucho de ser viable en el espacio social que hoy se dispone para ellos. El joven de la protesta es hoy adulto mayor y jubilado y eso es equivalente a integración, por tanto, tiene intereses sobre todo en mantenerse en un modelo social que selecciona a los individuos que define o califica de interesantes, valiosos o competitivos. La selección social es excluyente porque aunque todos son los llamados pocos serán los escogidos. Desde este principio y por más que se construya la excelencia, no todos los seres humanos dan la talla de excelentes, aunque se reconozca que todos tienen derecho a tener un lugar en el mundo. Los jóvenes y los mayores tienen cada vez más en común el ser desocupados, por tanto, desde los valores utilitaristas de la sociedad productiva se les busca otro lugar de utilidad, se les fabrica funciones sociales y en un intento por encontrarles, si no el lugar en la estructura productiva, sí la función social que justifique el no estar. Es por esto que sobre los excluidos se crean imágenes, características y categorías comprensivas; cuando a los integrados sólo les define el “estar integrado”, soy lo que hago, la profesión, la ocupación, lo que trabajo.


La manipulación consiste fundamentalmente en aprovechar la frustrada emancipación de los jóvenes y la sustitución que éstos hacen de su falta de protagonismo social a través de modas, conductas, valores y gustos, para hacer ver que esta forma de vida es natural, deseable o envidiable. La imagen del joven es recreada, encauzada y, por último empaquetada. Todos los deseos por hacerse significar, van a ser retomados por el marketing y escenificados en los medios de comunicación para mayor gloria de la economía. Mientras la jaula de oro, en la que se supone viven los jóvenes (familias de origen, sin responsabilidad de esposa e hijos, con libertad sexual y viajes) parece ser cada vez más jaula. La imposibilidad de vislumbrar un futuro como adulto lleva a numerosos jóvenes a continuar con conductas propias de adolescentes lo que no auspicia un orden social. El horizonte de la integración social de los jóvenes se nos antoja conflictivo, la proletarización de los hijos en casa ya está generando conflictos convivenciales en el ámbito familiar, pero en el ámbito público quizá sólo se necesita un motivo que dentro del imaginario del colectivo de jóvenes sea lo suficientemente poderoso.  




[i] López Blasco, A. Y Rene Bendit. “Indicadores sociales europeos básicos sobre juventud”. Plan de Estudios 2.001. MTAS. INJUVE. p.142


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