miércoles, 5 de noviembre de 2014

POR EL DOMINIO DE UNOS



NO HABER TENIDO UNA AUTENTICA TRANSICIÓN

Las nuevas generaciones cuestionan la escasa democracia existente. Su deseo no era solo dejar atrás la dictadura, como habían intentado las generaciones anteriores, sino crear una democracia mucho más desarrollada, lo que requería un rompimiento de las estructuras del Estado heredado de la dictadura.
Todo lo que ocurre en la actualidad en nuestra vida política tiene que ver con que la Transición se hizo de manera notoriamente desigual. En un lado del tablero de negociación estaba la derecha española, que en términos europeos era, y continúa siendo, equivalente a la ultraderecha en el abanico parlamentario europeo. Eran los favorecidos de los grupos y clases dominantes existentes durante la dictadura, que controlaban el Estado dictatorial y la mayoría de los medios de información y persuasión. Al otro lado de la mesa y con miedo, estaban las izquierdas, que habían liderado las fuerzas democráticas y que concluían de salir de la clandestinidad, de la cárcel o del exilio.
No era pues una negociación entre equipares. Se hizo bajo el dominio de los primeros. Como consecuencia de ello, no hubo una ruptura con el Estado anterior, sino una apertura tolerante de aquel Estado para integrar, predominantemente al PSOE, dentro de él, gracias a un sistema electoral que favorecía el bipartidismo. La ausencia de ruptura quedó plasmada en el enorme dominio que las derechas post-franquistas continuaron teniendo en el aparato del Estado.
La mayoría de las élites de las distintas ramas del Estado eran personajes profundamente conservadores, cuando no nostálgicos del régimen anterior. Desde el sistema judicial hasta las instituciones paraestatales como las Reales Academias, había un dominio por parte de las derechas ultranacionalistas españolas de todos estos aparatos, los cuales fueron abriéndose para recibir y coaptar a individuos pertenecientes a las izquierdas mayoritarias gobernantes, estableciendo un Estado bipartidista bajo el dominio político y la hegemonía ideológica conservadores.
Una característica de este dominio era la ideología que el aparato del Estado transmitía, definiendo como utopía irrealizable, fantasiosa, demagógica o cualquier adjetivo peyorativo (de los muchos que las derechas utilizan en su narrativa vulgar y profundamente agresiva) cualquier política pública alternativa, fuera económica o social, que cuestionara la sabiduría convencional promovida para el servicio de los intereses económicos y financieros que tutelaban dicho Estado. La continuidad de la estructura de poder dentro del Estado y de sus comportamientos ha sido arrolladora. Un síntoma de ello es la permanencia de la corrupción y su gran extensión.

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