NO HABER TENIDO UNA AUTENTICA TRANSICIÓN
Las nuevas
generaciones cuestionan la escasa democracia existente. Su deseo no era solo
dejar atrás la dictadura, como habían intentado las generaciones anteriores,
sino crear una democracia mucho más desarrollada, lo que requería un rompimiento
de las estructuras del Estado heredado de la dictadura.
Todo
lo que ocurre en la actualidad en nuestra vida política tiene que ver con que
la Transición se hizo de manera notoriamente desigual. En un lado del tablero
de negociación estaba la derecha española, que en términos europeos era, y
continúa siendo, equivalente a la ultraderecha en el abanico parlamentario
europeo. Eran los favorecidos de los grupos y clases dominantes existentes
durante la dictadura, que controlaban el Estado dictatorial y la mayoría de los
medios de información y persuasión. Al otro lado de la mesa y con miedo,
estaban las izquierdas, que habían liderado las fuerzas democráticas y que concluían
de salir de la clandestinidad, de la cárcel o del exilio.
No
era pues una negociación entre equipares. Se hizo bajo el dominio de los
primeros. Como consecuencia de ello, no hubo una ruptura con el Estado
anterior, sino una apertura tolerante de aquel Estado para integrar,
predominantemente al PSOE, dentro de él, gracias a un sistema electoral que
favorecía el bipartidismo. La ausencia de ruptura quedó plasmada en el enorme
dominio que las derechas post-franquistas continuaron teniendo en el aparato
del Estado.
La
mayoría de las élites de las distintas ramas del Estado eran personajes
profundamente conservadores, cuando no nostálgicos del régimen anterior. Desde
el sistema judicial hasta las instituciones paraestatales como las Reales
Academias, había un dominio por parte de las derechas ultranacionalistas
españolas de todos estos aparatos, los cuales fueron abriéndose para recibir y
coaptar a individuos pertenecientes a las izquierdas mayoritarias gobernantes,
estableciendo un Estado bipartidista bajo el dominio político y la hegemonía
ideológica conservadores.
Una
característica de este dominio era la ideología que el aparato del Estado
transmitía, definiendo como utopía irrealizable, fantasiosa, demagógica o
cualquier adjetivo peyorativo (de los muchos que las derechas utilizan en su
narrativa vulgar y profundamente agresiva) cualquier política pública
alternativa, fuera económica o social, que cuestionara la sabiduría
convencional promovida para el servicio de los intereses económicos y
financieros que tutelaban dicho Estado. La continuidad de la estructura de
poder dentro del Estado y de sus comportamientos ha sido arrolladora. Un
síntoma de ello es la permanencia de la corrupción y su gran extensión.
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