UNA TAREA INVISIBLE, NO VALORADA.
Es la hora de preparar la comida, de
poner la mesa y sacar los cubiertos, de hacer la lista de la compra y acercarse
al ‘súper’ o al mercado. En casa, dichas tareas han sido realizadas
mayoritariamente por mujeres. Un trabajo, el de alimentarnos, imprescindible
para nuestra vida y sustento. Sin embargo, una tarea invisible, no valorada.
Comemos, a menudo, como autómatas y como tales ni reconocemos que ingerimos ni
quien pone el plato en la mesa.
Unas ocupaciones que el patriarcado otorgamos al
género femenino, que por “naturaleza” tiene que asumir dichas funciones. La
mujer madre, esposa, hija, abuela abnegada, sacrificada, altruista, que si no
cumple con este deber, carga con el peso, la culpa, de ser “mala madre”, “mala
esposa”, “mala hija”, “mala abuela”. Así, a lo largo de la historia, las mujeres
han venido desarrollando estas tareas de cuidados, en función de su rol de
género. La esfera del trabajo “productivo”, de este modo, es dominio de la
masculinidad, mientras que el trabajo considerado “improductivo”, en el hogar y
no remunerado, es patrimonio de las mujeres. Se establece una jerarquía clara
entre trabajos de primera y “labores” de segunda. Imponiéndonos unas
determinadas tareas, valoradas y no valoradas, visibles e invisibles,
dependiendo de nuestro sexo.
La alimentación, la cocina en el hogar, ir a comprar
comida, las pequeñas huertas para el auto-consumo forman parte de estos
trabajos de cuidados, que no se valoran ni se ven, pero que resultan
imprescindibles. Tal vez por eso, no apreciamos ni qué ni cómo ni quién produce
lo que comemos: pensamos que cuanto menos gastemos en alimentos, mejor; creemos
que cocinar es perder el tiempo; optamos por comida, “buena-bonita-barata” y
rápida; asociamos ser campesino a “ser de pueblo” e ignorante. Nuestros
cuidados, parece, no importan. Y acabamos delegando en el mercado, quien,
finalmente, hace negocio con estos derechos.
Sin embargo, todos estos trabajos son vitales. ¿Qué
sería de nosotros sin comer? ¿Sin una alimentación sana y saludable? ¿Sin quién
cultivara la tierra? ¿Sin cocinar? O, ¿qué haríamos si nadie nos ayudara al
estar enfermos? ¿Sin quién nos cuidara de pequeños? ¿Sin apoyo de mayores? ¿Sin
ropa lavada? ¿Sin casas limpias? ¿Sin afecto ni cariño? No seríamos nada.
¿Qué hacer? Se trata, como dicen las economistas
feministas, de colocar la vida en el centro. Visibilizar, valorar y compartir
dichos trabajos de cuidados, y la naturaleza. Hacer visible lo invisible,
mostrar la parte oculta del “iceberg”. Valorar estas tareas como
imprescindibles, reconocer quienes las ejercen y otorgarles el lugar que se
merecen. Y, finalmente, compartirlas, ser corresponsables. La vida y el
sustento es cosa de todas… y todos. La comida, también.
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