sábado, 8 de marzo de 2014

DIA INTERNACIONAL DE LA MUJER


UNA TAREA INVISIBLE, NO VALORADA.
Es la hora de preparar la comida, de poner la mesa y sacar los cubiertos, de hacer la lista de la compra y acercarse al ‘súper’ o al mercado. En casa, dichas tareas han sido realizadas mayoritariamente por mujeres. Un trabajo, el de alimentarnos, imprescindible para nuestra vida y sustento. Sin embargo, una tarea invisible, no valorada. Comemos, a menudo, como autómatas y como tales ni reconocemos que ingerimos ni quien pone el plato en la mesa.
Unas ocupaciones que el patriarcado otorgamos al género femenino, que por “naturaleza” tiene que asumir dichas funciones. La mujer madre, esposa, hija, abuela abnegada, sacrificada, altruista, que si no cumple con este deber, carga con el peso, la culpa, de ser “mala madre”, “mala esposa”, “mala hija”, “mala abuela”. Así, a lo largo de la historia, las mujeres han venido desarrollando estas tareas de cuidados, en función de su rol de género. La esfera del trabajo “productivo”, de este modo, es dominio de la masculinidad, mientras que el trabajo considerado “improductivo”, en el hogar y no remunerado, es patrimonio de las mujeres. Se establece una jerarquía clara entre trabajos de primera y “labores” de segunda. Imponiéndonos unas determinadas tareas, valoradas y no valoradas, visibles e invisibles, dependiendo de nuestro sexo.
La alimentación, la cocina en el hogar, ir a comprar comida, las pequeñas huertas para el auto-consumo forman parte de estos trabajos de cuidados, que no se valoran ni se ven, pero que resultan imprescindibles. Tal vez por eso, no apreciamos ni qué ni cómo ni quién produce lo que comemos: pensamos que cuanto menos gastemos en alimentos, mejor; creemos que cocinar es perder el tiempo; optamos por comida, “buena-bonita-barata” y rápida; asociamos ser campesino a “ser de pueblo” e ignorante. Nuestros cuidados, parece, no importan. Y acabamos delegando en el mercado, quien, finalmente, hace negocio con estos derechos.
Sin embargo, todos estos trabajos son vitales. ¿Qué sería de nosotros sin comer? ¿Sin una alimentación sana y saludable? ¿Sin quién cultivara la tierra? ¿Sin cocinar? O, ¿qué haríamos si nadie nos ayudara al estar enfermos? ¿Sin quién nos cuidara de pequeños? ¿Sin apoyo de mayores? ¿Sin ropa lavada? ¿Sin casas limpias? ¿Sin afecto ni cariño? No seríamos nada.
¿Qué hacer? Se trata, como dicen las economistas feministas, de colocar la vida en el centro. Visibilizar, valorar y compartir dichos trabajos de cuidados, y la naturaleza. Hacer visible lo invisible, mostrar la parte oculta del “iceberg”. Valorar estas tareas como imprescindibles, reconocer quienes las ejercen y otorgarles el lugar que se merecen. Y, finalmente, compartirlas, ser corresponsables. La vida y el sustento es cosa de todas… y todos. La comida, también.
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