La capacidad de tomar nuestras decisiones se ve
con frecuencia interferida y restringida por los demás. La falta de libertad
provoca frustración e infelicidad, cohíbe la iniciativa y la creatividad, frena
el progreso y disminuye la eficiencia.
Soy libre en la medida en que pueda hacer lo que
quiera, en que los demás no me impidan hacerlo. Esto no tiene nada que ver con la
cuestión teórica de hasta qué punto y por qué factores esté determinada mi
voluntad. El postulado teórico del libre albedrío fue introducido en el
contexto de la teodicea cristiana - musulmana: ¿cómo combinar la omnipotencia
divina con la responsabilidad moral humana? Si todos, incluso los falibles,
hacemos lo que Dios quiere, ¿cómo es que Dios nos castiga por nuestras faltas,
cuando en definitiva él mismo ha decidido que los hagamos? La solución estaría
en el libre albedrío, que Dios nos habría dado para poder castigarnos. Dios
suspendería su determinación universal en el caso de las acciones humanas, a
fin de luego poder evaluarlas.
Algunos han secularizado este postulado teológico
para preguntarse: ¿Cómo puede el hombre ser libre, puesto que todo en el universo
está predeterminado? En primer lugar, no parece que todo esté establecido;
aunque sí condicionado por las leyes físicas, por nuestros genes, circuitos
neuronales. También por cultura, por nuestras reflexiones previas conscientes y
por todos los factores instintivos que desconocemos, aparte de por los
estímulos que recibimos del entorno. Incluso, sabemos que cierto tipo de
actividad instintivo en nuestra corteza pre frontal o córtex, que es la parte
anterior de los lóbulos frontales del cerebro. Esta región cerebral está
involucrada en la programación de comportamientos cognitivamente complejos de
la personalidad, en los procesos de toma de decisiones y en la adecuación del
comportamiento social adecuado en cada momento. Precede a nuestra toma
consciente de decisiones; cuando pensamos estar tomando una decisión, la
decisión ya estaba usurpada antes en nuestro cerebro.
Da igual cómo se formen nuestros deseos y lo
determinados que estén: mientras nos dejen hacer lo que persigamos, seremos
libres. Desde luego, no somos ruletas y si lo fuésemos, no seríamos más libres;
actuaríamos como locos y ya estaríamos muertos. Tampoco somos ordenadores,
unívocamente determinados. Somos seres complejos, capaces de pensar, de hablar
con nosotros mismos para convencernos de hacer lo que consideremos más
conveniente, aunque no siempre lo logremos. Tal vez por eso el resultado de
nuestra conducta es una función de muchas variables.
Hay palabras
sueltas, a veces palabras huecas que no dicen nada, que pasan sin ser digeridas
del oído al olvido...No tiene sentido decirlas, pero que las diga quien quiera.
Déjame ser yo, hoy y siempre, porque como al caballo salvaje me chima la
montura.
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