domingo, 16 de diciembre de 2012

Nunca estar programados por nadie y nada.




La capacidad de tomar nuestras decisiones se ve con frecuencia interferida y restringida por los demás. La falta de libertad provoca frustración e infelicidad, cohíbe la iniciativa y la creatividad, frena el progreso y disminuye la eficiencia.
 
Soy libre en la medida en que pueda hacer lo que quiera, en que los demás no me impidan hacerlo. Esto no tiene nada que ver con la cuestión teórica de hasta qué punto y por qué factores esté determinada mi voluntad. El postulado teórico del libre albedrío fue introducido en el contexto de la teodicea cristiana - musulmana: ¿cómo combinar la omnipotencia divina con la responsabilidad moral humana? Si todos, incluso los falibles, hacemos lo que Dios quiere, ¿cómo es que Dios nos castiga por nuestras faltas, cuando en definitiva él mismo ha decidido que los hagamos? La solución estaría en el libre albedrío, que Dios nos habría dado para poder castigarnos. Dios suspendería su determinación universal en el caso de las acciones humanas, a fin de luego poder evaluarlas. 

Algunos han secularizado este postulado teológico para preguntarse: ¿Cómo puede el hombre ser libre, puesto que todo en el universo está predeterminado? En primer lugar, no parece que todo esté establecido; aunque sí condicionado por las leyes físicas, por nuestros genes, circuitos neuronales. También por cultura, por nuestras reflexiones previas conscientes y por todos los factores instintivos que desconocemos, aparte de por los estímulos que recibimos del entorno. Incluso, sabemos que cierto tipo de actividad instintivo en nuestra corteza pre frontal o córtex, que es la parte anterior de los lóbulos frontales del cerebro. Esta región cerebral está involucrada en la programación de comportamientos cognitivamente complejos de la personalidad, en los procesos de toma de decisiones y en la adecuación del comportamiento social adecuado en cada momento. Precede a nuestra toma consciente de decisiones; cuando pensamos estar tomando una decisión, la decisión ya estaba usurpada antes en nuestro cerebro.

Da igual cómo se formen nuestros deseos y lo determinados que estén: mientras nos dejen hacer lo que persigamos, seremos libres. Desde luego, no somos ruletas y si lo fuésemos, no seríamos más libres; actuaríamos como locos y ya estaríamos muertos. Tampoco somos ordenadores, unívocamente determinados. Somos seres complejos, capaces de pensar, de hablar con nosotros mismos para convencernos de hacer lo que consideremos más conveniente, aunque no siempre lo logremos. Tal vez por eso el resultado de nuestra conducta es una función de muchas variables. 


Hay palabras sueltas, a veces palabras huecas que no dicen nada, que pasan sin ser digeridas del oído al olvido...No tiene sentido decirlas, pero que las diga quien quiera. Déjame ser yo, hoy y siempre, porque como al caballo salvaje me chima la montura.



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