viernes, 9 de mayo de 2014

El empleo de @




COMBATIR EL MACHISMO CON EL LENGUAJE
No a la duplicidad machacona del masculino y el femenino a la que tanto amor aparente demuestran los propagandistas de la corrección política… O el empleo de @
Los anuncios sexistas que siguen apareciendo entre series y programas, lejos de fomentar hábitos igualitarios, siguen dejando a las mujeres como "responsables" de la casa y el cuidado de los hijos o, simplemente, como meros objetos sexuales. Estos spots no sólo contradicen lo establecido en la Ley de Igualdad, sino también la Ley General de Publicidad, que considera fuera de la legalidad todo anuncio que "atente contra la dignidad de la persona o vulnere los valores y derechos reconocidos en la Constitución". El machismo de todos nosotros. El lenguaje tampoco puede reparar los estragos del machismo y, si se le encomienda políticamente esa función con carácter coactivo, el machismo seguirá vivo, pero el lenguaje se degradará.
El informe suscrito por todos los académicos de la Lengua asistentes a la sesión del 1 de marzo de 2012. Ha desmontado muchos tópicos de corrección político-lingüística, reorienta implícitamente el núcleo de la lucha contra el machismo al ámbito extralingüístico y demuestra los límites del lenguaje como instrumento de lucha contra el machismo.Combatir el machismo con el lenguaje tiene mejores caminos que la duplicación machacona del masculino y el femenino a la que tanto amor aparente demuestran los propagandistas de la corrección política. Imaginaros que el genio del idioma decidiera darles la razón a los prescriptores del lenguaje o/a y, por arte de magia, todos los libros de sus bibliotecas personales se metamorfosearan y quedaran reescritos en o/a. ¿No se lo pensarían dos veces antes de releer sus libros más queridos? Acabaríamos con los bosques y con los bytes, y, además, yo creo que no lo superaría. O, bajando a tierra, ¿se imaginan estar media hora viendo su serie favorita en televisión o siguiendo el debate en lenguaje o/a? Me rindo de antemano. Llámenme machista, que ya es llamar, pero, por favor, no me obliguen a pasar por ese trance.
Si queremos analizar el tema del machismo de forma más eficaz debemos apuntar a otro lado: las conductas machistas no percibidas como tales. Y a ello voy, al machismo de todos nosotros, a ese que comparte con las bacterias y los anuncios navideños de perfumes al menos dos características: la ubicuidad y la aparente imposibilidad de ser erradicado. De hecho, milenios de historia destilan la desalentadora duda metafísica sobre su extirpación, habida cuenta de nuestra diferenciación sexual. Ahora bien, pasar de la dificultad de su eliminación a la imposibilidad de una sustancial reducción es un salto demasiado obsceno que solo se atreven a dar quienes sacan.
El machismo adopta un catálogo de conductas determinadas, una ideología social, una concepción supremacista del mundo, una desviación patológica de la personalidad, una forma arrogante y despreciativa de hablar, una vulgar excusa para conseguir determinados fines egoístas e incluso una lamentable expresión del miedo al diferente, a un diferente cuyos códigos no dominamos porque no nos hemos molestado en captarlos y analizarlos.Seguramente el machismo se puede describir de unas cuantas maneras, pero una en la que deberíamos coincidir es la negación de la igualdad de derechos y obligaciones, y consecuentemente, del derecho a la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres.Aparte de los asesinos y maltratadores, me preocupan los machistas evolucionados. Y también las mujeres instaladas en unas desiguales relaciones machistas que, por algún motivo, no tienen mayor interés en redefinir. Estas últimas podrían ser motivo de otra reflexión, porque creo que sería confuso mezclar estas dos categorías y, habida cuenta de que hacen mucho más daño los verdugos enmascarados que las víctimas conformistas.

 
 
 





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