Una posible reforma de nuestro sistema político
Introducir listas abiertas en las elecciones a diputados.
En
España ya tenemos un sistema de listas abiertas, el que elije a los senadores, algo los que hablan del tema parece
que se les olvida siempre, y que no parece tener ninguno de los efectos
positivos de “mayor democracia” o de “eliminar la partidocracia”, argumentos
habituales para defender dicho sistema.
Pero
claro, como nuestro Senado es simplemente una manera de malgastar el
presupuesto, uno puede argumentar que los efectos de las listas abiertas en el
Congreso de los Diputados serían muy diferentes. Analicemos pues lo que podría
ocurrir en este caso basándonos en la deducción y en la experiencia de otros
países y de España, pues aparte del Senado, las listas abiertas eran el sistema
de elección de diputados durante la II República.
Lo
primero que tenemos que hacer es determinar la circunscripción electoral.
Claramente, no puede ser una unidad que elija a un solo diputado, pues eso es
el sistema mayoritario de toda la vida sobre el que ya he hablado largo y
tendido. Las únicas alternativas plausibles serían o bien irse a
circunscripciones pequeñas, por ejemplo, que elijan de unos 3 a 6 diputados o,
como ahora, mantener las circunscripciones provinciales (en esta opción buena
parte de las provincias elegirían, como ahora, a un número reducido de
diputados). Irse a una circunscripción autonómica (al menos en las CCAA más
grandes como Andalucía o Cataluña) o una nacional significaría que los
electores tendrían que efectuar docenas de selecciones en sus papeletas
electorales, lo que, encima de pesado, probablemente llevaría a que la gente
llegase a la urna con la papeleta ya rellena que les da el partido para
evitarse un dolor de cabeza monumental. Quizás se pudiera tener, como en la II
República, un sistema mixto, donde lo normal es la circunscripción provincial (o
quizás autonómica) pero con excepciones como los municipios de Madrid y
Barcelona, que serían circunscripciones separadas.
En un mundo con disciplina de voto
(que no significa nada más que la mayoría de la gente va con la papeleta ya
rellena de casa que el partido le ha enviado por correo), el sistema de listas
abiertas no ofrece ninguna ventaja con respecto a nuestro sistema actual y sí
muchos inconvenientes.
El
tamaño de las circunscripciones importa menos porque no creo que tenga mucha
repercusión en la práctica excepto al aumentar o disminuir la representación de
partidos más pequeños. Lo único que merece la pena destacar es que los
diputados deberían mantener una relación razonable con la población y no como
el Senado en la actualidad, donde la mayoría de las provincias escoge a cuatro
senadores independientemente de su población (reliquia de cuando las cámaras
altas representaban al territorio, es decir, a los grandes terratenientes).
Una
vez determinada la unidad de elección de diputados, tendríamos que decidir cómo
se vota y a cuántos diputados. Pongamos, por ejemplo, que la circunscripción
sea de seis diputados. Entonces un sistema sencillo sería simplemente que cada
elector pudiese seleccionar a cuatro candidatos y que los seis candidatos que
más votos tuviesen salieran elegidos.
¿Pero,
por qué sólo cuatro? Bueno, si permitimos a los electores elegir a seis
candidatos, si un partido presenta a seis candidatos y sus votantes no solo son
mayoritarios sino que además mantienen la disciplina de voto, el partido
coparía todos los puestos, dejando nada a todas las demás minorías. Esto no
sería más que un sistema súper-mayoritario que exacerbaría los defectos de los
sistemas mayoritarios puros sin ninguna ventaja aparente. Ya que le experiencia
histórica es que en este tipo de sistemas la gran mayoría de los votantes se
suelen ceñir a las instrucciones partidistas (para quien lo dude, miren ustedes
las elecciones a nuestro senado), esta situación, lejos de ser una excepción
sería la norma.
Pero
incluso si limitásemos el voto a cuatro diputados, la situación más corriente
sería que el partido más votado tuviera cuatro diputados y el segundo dos, sin
que esto refleje muy bien el porcentaje de votos de los mismos (como ahora para
el senado casi siempre es tres y uno). Esto llevaría a mayorías muy sesgadas en
el Congreso, grandes vuelcos de voto y paradojas como que el tener a los
votantes bien colocados o ser más disciplinados permitiría a las minorías ganar
las elecciones.
Sobre la Disciplina
de voto
En
un mundo con disciplina de voto (que no significa nada más que la mayoría de la
gente va con la papeleta ya rellena de casa que el partido le ha enviado por
correo), el sistema de listas abiertas no ofrece ninguna ventaja con respecto a
nuestro sistema actual y sí muchos inconvenientes.
Que
la disciplina de voto se mantenga es, además de una observación empírica,
consecuencia del sencillo hecho que en el mundo moderno, adquirir información
es muy costoso. Averiguar si gusta más o menos el cuarto o el quinto de la
lista de mi partido tiene un coste significativo, sin que puede implicar que el
resultado cambie mucho; ¿o sabría usted escoger entre el 12 y el 13 de la lista
del PSOE por Madrid o de la lista del PP? (sí, ya sé que ese argumento también
se aplica al votar en general pero mientras que la “persuasión moral”
probablemente lleve a muchos a votar, que es un coste menor, no creo que la
misma fuera tan efectiva como para inducir un estudio detallado de los
distintos candidatos, que es un coste mucho mayor, en especial cuando uno puede
simplemente votar la “lista oficial” sin cambios)
Decir
que la disciplina de voto se podría romper y que por tanto mis predicciones
anteriores no se cumplirían. Aunque no creo que así ocurra, en realidad sería
incluso peor. Si se vota sin disciplina lo más probable es que nos
encontrásemos con problemas como los que atascaban a los partidos en la II
República: los candidatos más radicales siempre robaban unos cuantos votos a
los candidatos más moderados, ya que era una manera para los votantes de darse
un gusto “ideológico” sin sufrir demasiado las consecuencias.
En
resumen y después de pensarlo mucho, no creo que exista ninguna razón, ni
teórica ni empírica, que sugiera que las listas abiertas no serían más que un
desastre. Suenan muy bien, pero el diseño de instituciones tiene que estar
basado en análisis más serio.
A pesar de lo que escribes yo sigo prefiriendo listas abiertas y quitar toda la morralla que no se atreven a eliminar los partidos
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