Pensamiento y responsabilidad

domingo, 23 de febrero de 2020

A todos los que hemos cumplido los setenta…


…y fuimos los niños de la postguerra.
Los niños de las pavorosas décadas de los cuarenta- cincuenta, cuando España olía a carburo y gasógeno y el racionamiento, el estraperlo eran el “pan nuestro de cada día” y nos faltaban “veinticinco céntimos para un real”. El post de una absurda guerra llegó con infinidad de susurros medrosos para hablar de casi cualquier tema, sobresaltos para vivir e imposible soñar.
Somos el producto de una generación bisagra, nunca existió generación que uniera con tanta fuerza pasado y futuro. Nosotros hemos conocido el brasero y la calefacción solar, los carros tirados por mulas, el AVE y los satélites surcando el espacio. Conocimos la palangana y el hidromasaje, los trillos y el tren de alta velocidad, las alpargatas de esparto y el traje de ceremonia, los sabañones, el jabón lagarto y el aceite de hígado de bacalao.
Saltando a la comba
Hemos asistido a novenas y ejercicios espirituales predicados en épocas de dogmas intocables. Escuchábamos en la radio las aventuras de Diego Valor, los seriales de Guillermo Sautier Casaseca, Matilde Perico y Periquín. Leíamos el Guerrero del Antifaz, Roberto Alcázar y Pedrín o el Jabato todos ellos con un mensaje subliminar algo “fascistoide” como reflejo de una realidad del tiempo que vivíamos y que nos descubrían un mundo de héroes y de lucha de los buenos contra los malos. Los niños de los cincuenta jugábamos en la calle, en la misma carretera recorríamos con un balón de trapos donde apenas pasaban coches. Después de la salida del cole cogíamos la merienda de pan con membrillo, con foigras o chocolate de algarroba, tal vez por eso había pocos niños obesos. Comprábamos, con el escaso dinero a nuestra disposición, el TBO, pipas, regaliz o bolitas de anís, exhibidas sin protección alguna en la cesta de la pipera. Jugábamos, en la calle, a las chapas, las canicas, la taba, al roba terrenos con un clavo, o al escondite inglés; y las niñas se divertían con muñecas o saltando a la comba. La calle eran el territorio común, lugar en el cual nos congregábamos para jugar a una actividad siempre colectiva.
Los niños de esa generación aguantamos sin secuelas, los capones o “palmetazos” sufridos en el colegio y el dominio de los mayores. Aprendíamos la lista de los reyes godos para ejercitar la memoria, los dictados eran una prueba de ortografía básica, las raíces cuadradas había que resolverlas sin calculadora y traducíamos del latín la Guerra de las Galias en el primer examen de la reválida de cuarto de bachillerato. Y si suspendías en junio, te perdías las vacaciones de ese verano estudiando. Algunos de nosotros terminamos estudiando en la Universidad, pero muchos más aprendieron un oficio, iniciado como aprendices. Y el futuro no nos parecía gris, lastrado por la opresión de una dictadura, sin embargo, los jóvenes de entonces soñábamos con tener una bicicleta
Jugando a las bolas
Fuimos capaces, sin valorar el esfuerzo de unos padres que nunca tuvieron vacaciones y proyectamos sobre nuestros hijos, una permisividad que jamás nos habían tolerado a nosotros. Ahora ya no nos sorprende al ver como los nuevos retoños, crecidos en un mundo de derechos se desarrollan dentro de una sociedad democrática que les ha permitido disfrutar de lo que jamás tuvimos.
Ahora que, paulatina y sigilosamente, nos hemos apartado de la historia y dejamos nuestras tareas profesionales, quizá sea el momento de recordar que nuestro esfuerzo nos ha traído cambios políticos, económicos y sociales de enorme envergadura. Cuanto hicimos, lo hicimos en paz en un país al que nunca le faltaron guerras fratricidas o africanas, guerras de Cuba o guerras carlistas, guerras de independencia o guerras caciquiles. Mientras duró el franquismo, los miembros de esta generación bisagra capeamos como pudimos la dictadura para terminar, junto a otros, diseñando concordias que permitiesen olvidar un pasado. Sepultamos revanchas, palabrerías bélicas y aquella horrible división entre buenos y malos inventada por nuestros mayores. Nos olvidamos que habían existido checas rojas y paseos fascistas al amanecer. Dimos carpetazo a las leyes de urgencia para establecer una ley constitucional que pudiese complacer a ricos y pobres, conservadores y progresistas, inquietas gentes mitradas y enojadas gentes con estrellas en la bocamanga. Sin ellos, la vida seguirá, por supuesto. Vendrán otras generaciones que se enorgullecerán de logros sociales o de avances científicos hoy inimaginables. Pero existen encrucijadas que sólo les toca vivirlas a seres humanos de los que el destino parece enamorarse de un modo muy particular, seres como los niños nacidos en la posguerra española, que ahora estamos jubilados, y hemos sido bisagra de unión entre el pasado lejano y el vigoroso futuro.


3 comentarios:

  1. Muy interesante y muy real. Nuestra generación ha dejado algo que siempre permanecerá, salimos adelante con ilusión y con ganas de futuro, ahora a pesar de estar jubilados seguimos con ganas de seguir viviendo y haciendo igualmente futiro

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  2. Interesante, profundo y, sobre todo, con grandes dosis de realismo. Lectura muy recomendable, en suma.

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  3. Y no contais que algunos somos hijos de padres que tuvieron que emigrar para poder mantener a la familia que en españa no podian mantener. Disfrutamos de otra tierra quizas con menos escasez pero con mucha mas morriña.

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