La Urgencia de Escuchar y Actuar

 

La tierra: herida de muerte


En la actualidad, el planeta parece estar gritando en silencio, pidiendo auxilio. Los desastres naturales, los cambios climáticos imprevistos y los fenómenos extremos se han vuelto cada vez más frecuentes y destructivos, como el caso de la Dana en Valencia, que nos recuerda lo frágiles que somos ante la furia de la naturaleza. Pero esta reacción no es casual. Es la respuesta del planeta ante siglos de abuso, indiferencia y destrucción.

A medida que los desastres naturales se intensifican, se hace imposible mirar hacia otro lado. Ya no podemos seguir actuando como si nada estuviera sucediendo. El cambio climático no es un fenómeno aislado, es una consecuencia directa de la explotación irracional de nuestros recursos naturales, de la destrucción de ecosistemas y de la indiferencia que hemos mostrado hacia el bienestar del planeta. El daño que le hemos causado a la Tierra ya no se puede negar: lo vemos en los incendios forestales, en las inundaciones, en las sequías extremas. Es un grito urgente que nos reclama responsabilidades.

Pero no es solo el entorno natural el que sufre por nuestras manos. Las guerras como la de Gaza y Ucrania, el egoísmo humano y la búsqueda insaciable de poder están destruyendo vidas humanas a lo largo de todo el planeta. Conflictos violentos, nacidos de intereses mezquinos, acaban con miles de vidas inocentes que no tienen culpa alguna de la violencia desatada. Las riquezas de unos pocos aumentan mientras la miseria de muchos mas se profundiza. La explotación de recursos no solo está matando nuestro hogar común, sino que también está costando vidas humanas.

Este es un ciclo vicioso que parece no tener fin: luchamos por lo que creemos que nos pertenece, pero al mismo tiempo destruimos lo que nos da la posibilidad de seguir viviendo. Destruimos los bosques que nos dan aire, los ríos que nos dan agua, la biodiversidad que sustenta la vida. Lo hacemos, no por necesidad, sino por un deseo egoísta de más: más control, más recursos, más riqueza. Y mientras esto ocurre, las grandes potencias continúan explotando sin miramientos, bajo la falsa premisa de que este es el precio del progreso.

Y a mí lo que más me duele, lo que más me angustia, es que hemos olvidado que somos parte de ese todo. Nos hemos desconectado de la ética natural que estuvo presente en nosotros. Nos hemos alejado de los principios de respeto y armonía con la Tierra. Sin esta ética, hemos perdido el rumbo, hemos perdido la conexión con lo que realmente significa ser humano. Vivir de forma equilibrada con nuestro entorno no es una opción, es una necesidad urgente.

Hoy más que nunca, necesitamos recuperar esa ética natural que nos conecta con lo que somos realmente. Necesitamos entender que la verdadera felicidad no reside en acumular bienes materiales ni en alcanzar el poder. La felicidad genuina solo puede encontrarse en la armonía con la Tierra y con nuestros semejantes. Como creyente en la trascendencia, he fijado mi esperanza en el ejemplo de Jesús de Nazaret, quien nos enseñó que el amor al prójimo y al mundo que nos rodea es la clave para alcanzar la paz verdadera. Jesús no vino a enseñarnos a acumular riquezas, sino a mostrarnos el camino de la humildad, el servicio y la generosidad.

Si seguimos su ejemplo, comprenderemos que no necesitamos más poder ni más posesiones. Lo que necesitamos es vivir según sus enseñanzas de amor, compasión y solidaridad. Es un amor incondicional, un respeto profundo por la vida y el bienestar de todos los seres que comparten este planeta con nosotros.

Es hora de escuchar el grito del planeta. Es hora de tomar responsabilidad por las generaciones futuras y por el bienestar de la Tierra, de tomar conciencia que estamos aquí solo por un tiempo. No podemos seguir justificando la destrucción  ni permitiendo que el egoísmo y la indiferencia sigan guiando nuestras acciones. Necesitamos recuperar una ética de respeto y armonía con nuestro entorno, porque solo así podremos vivir en paz con nosotros mismos y con el mundo que nos rodea.

La verdadera felicidad no se encuentra en el poder ni en la acumulación, sino en la simplicidad, en la conexión con lo esencial, en el cuidado de la Creación. Al cuidar de lo que nos rodea, nos cuidamos a nosotros mismos. Solo así, en armonía con el mundo, podremos encontrar la Paz que tanto buscamos.

Es tiempo de actuar, y es tiempo de amar.

 

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