La cultura de nuestra sociedad
El espíritu científico, fruto de las grandes conquistas de las ciencias positivas en el último siglo, los innumerables avances técnicos y tecnológicos, han modificado nuestro modo de vivir, determinando la concepción que el hombre tiene de sí mismo.
Antes que buscar explicaciones en la religión, se escrutan en la ciencia. No es extraño que la indiferencia religiosa afecte a un gran número de personas, el hecho y la práctica religiosa han perdido relevancia vital. Las mismas formas de vida contribuyen a que jóvenes y adultos pierdan la capacidad de preguntarse por el origen y el sentido último de la vida, cuando la Fe cristiana es incapaz de dar respuesta a sus necesidades, inquietudes e interrogantes más vitales.
Los bienes que la ciencia y la técnica aportan a la
persona y a la sociedad hacen que el hombre se embriague con sus conquistas, se
fascine, excluyendo por tanto a la Trascendencia. El hombre puede llegar a
absolutizar la ciencia y la técnica, y excluir la Fe como innecesaria: ¿Para
qué sirve la Fe?, si la ciencia lo explica todo. Creando un antagonismo entre la ciencia y la
Fe como incompatibles y si recurrimos a la ciencia la fe nos resulta
misteriosa, incomprensible).
Los avances de la ciencia y de la técnica han traído
consigo en el mundo occidental una expansión económica y la sociedad del
bienestar con un espíritu desmedido de consumo, un exceso de bienes; la
producción tiende a convertirse en un fin en sí misma; lo superfluo se cambia
en necesario; el hombre se convierte en un consumidor, lo que acaba generando
en él un ansia insaciable de tener y poseer; se siente desgraciado si tiene
menos que los demás y acaba siendo insolidario, porque olvida a los más pobres
y contribuye indirectamente a su explotación. Este materialismo le lleva
fatalmente a vivir sacando el máximo provecho de la vida y prescindiendo
prácticamente cualquier creencia
Nos toca vivir en un mundo en el que muchos hombres
buenos y comprometidos no necesitan de la Fe, incluso niegan su existencia. Y
no se trata solamente de posturas individuales sino de un fenómeno social
amplio y difuso que condiciona la visión del mundo, el modo de entender la
vida, los criterios de valor, los comportamientos, la convivencia...; en una
palabra, la cultura de nuestra sociedad fundada en planteamientos profundamente
materialistas. Ciertamente a los creyentes nos resulta difícil navegar en medio
de tanta contradicción, ahora más que nunca necesitamos la fuerza del Espíritu
y cuando la jerarquía católica se aparta tanto de la realidad evangélica. El
aire fresco que despertó el Papa Francisco choca frontalmente con los intereses
de la curia romana, demasiado acostumbrada al lujo materialista, mientras parte
del mundo pasa hambre y sufre persecución. Un mundo en el cual para ser justo,
limpio de corazón y comprometido no precisan de la Transcendencia.