Para encontrarse a sí mismo y fundamentar modos de vida alejados del capitalismo.

Esconderse del dolor del mundo. La isla representa un lugar para la Utopía. No es de extrañar que el propio Tomás Moro la imaginara como una isla. Es lógico, una sociedad perfecta no podía estar vinculada al mundo que hasta el momento conocía. Debía situarla aislada, apartada, como el mismo Cielo.

Todos de una manera u otra somos seres políticos y algunos nos planteamos con cierta frecuencia cómo podemos acercarnos a esa utópica sociedad que ha rondado nuestros más profundos anhelos desde jóvenes. Algunos sentimos según van pasando los años que los postulados filosóficos de Marcuse o Tomás Moro van quedándose aparcados por el desafío de los avances científicos y el crecimiento desmesurado de la población que se ha triplicado en medio siglo.

Para algunos, el mensaje Evangélico ha supuesto una referencia de vida utópica, encontrándose con un materialismo que rompe todo un Mensaje de ejemplo socializante que imponía una determinada moral fundamentada en el ejemplo de vida de Jesús de Nazaret. En cierto, modo coincide con la crítica que realiza Marcuse a la sociedad moderna, desarrollada en El hombre unidimensional, víctima de su propia impotencia. Esta obra fue publicado por Marcuse en 1964) responde a sus preocupaciones por el movimiento izquierdista estudiantil de la década de 1960. Debido a su apertura a hablar en las protestas estudiantiles, Marcuse pronto vino a ser conocido como «El padre de la Nueva Izquierda» (término que él rechazaba).

Para algunos la Utopía no sirve por su falta de realismo. Pero si nos preguntaran cómo imaginamos la sociedad en la que nos gustaría vivir es probable que no supiéramos responder, ya que estamos más acostumbrados a criticar la sociedad en la que vivimos que a exigir medidas para resolver los problemas que detectamos. Sin embargo, se nos presenta una sociedad futura en la que nuestros recursos naturales se habrán agotado,  triunfarán toda suerte de absolutismos o la inteligencia artificial se habrá impuesto sobre la humana, es decir, sociedades en las que no nos gustaría vivir. Sin embargo, ¿no resultaría útil tener una imagen de nuestra sociedad ideal a la hora de valorar la diferencia?

La tradición utópica está íntimamente ligada a los orígenes del pensamiento de izquierdas. El género literario utópico sirvió para ensayar principios sociales con gran lujo de detalles. Algunos de esos principios, como la situación de la mujer, la abolición del trabajo infantil o la educación universal, pertenecieron al género utópico.

Hoy, sin embargo, son una realidad, por lo que hay que preguntarse si ¿la izquierda actual sigue luchando contra la falta de imaginación? Porque lo que caracteriza a la utopía es, precisamente, su realismo; la diferencia tanto del pensamiento premoderno como del religioso. La tradición utópica atribuye al ser humano la capacidad de actuar sobre su entorno y cambiarlo.

Por esta razón un jubilado providencialista, se pregunta nuevamente: ¿hasta qué punto la izquierda actual sigue con esa ausencia de imaginación para abordar con arrojo los retos contemporáneos como son: la crisis económica, la migración y el cambio climático. ¿Es posible la utopía, para una sociedad ideal del siglo XXI, que sirva de inspiración un proyecto con un programa político de aplicación más inmediata? ¿Es posible tener un gobierno en este pueblo que sea capaz de interesarse únicamente por Valdemorillo?¿Apartando definitivamente sus intereses personales?

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