Las ideologías.
Una forma de sostener un ideario que esclaviza a los militantes.
Los partidos políticos se han convertido
en una entidad de beneficios privados focalizados en sus dirigentes, alejándose
cada vez más de lo que deberia de ser, una entidad de intereses públicos para
sus miembros de base.
Nadie,
que yo sepa, ha hecho un sondeo para saber lo que los jóvenes piensan de la
política. Podría haber sorpresas porque en una gran mayoría, se sienten
apolíticos ya que no confían en los partidos. Los consideran anticuados, lo que
no significa que aborrezcan la democracia. Mal distinguen ya entre izquierdas y
derechas. Son pragmáticos y no ven excesiva diferencia entre
progresistas y conservadores. Para ellos son todos iguales, o casi. Y, sobre
todo, no les tienen miedo.
Las
ideologías de hoy son una forma de sostener un supuesto ideario, algo que dé
soporte a una pertenencia que esclaviza a los militantes: el militante, el que
“es” de un partido como quien profesa una religión, es incapaz de todo punto de
cuestionarse una decisión determinada de su partido, de su líder, y llega a
alambicar de modos completamente risibles sus “razonamientos” para evitarlo.
Pensar que alguien pueda, efectivamente, vivir al margen de ese sistema es algo
imposible: si se opone a mí, si cuestiona mis planteamientos, es que “es del
otro partido”.
Cada
vez resulta más difícil “abanderar” a los jóvenes porque para ellos la
política clásica hace tiempo que ha dejado de interesarles. Oscilan entre la
indiferencia y el rechazo al sistema. A los jóvenes les gusta cambiar las
cosas, son dinámicos, mientras que a la política la ven estática. No en vano,
los creadores de internet cambian continuamente de aplicaciones. Se
entusiasmaron con Twitter, después con Facebook, ahora con WhatsApp,
mañana se cansarán e inventarán otro modo de comunicarse. Ya lo están haciendo.
Ellos se conectan mejor con la antigua filosofía de los sabios griegos que
decían “todo se mueve, nada está parado”. La inmovilidad no está en los intereses
del joven, que acepta cada vez menos a los líderes, a los capos, a los jefes.
Desde
luego que el ansia por etiquetar cualquier opinión o razonamiento político como
de “izquierdas” o “derechas, desvía la atención de los problemas y en vez de
discutir el beneficio social y económico del tema en cuestión la discusión
deriva a calificar y juzgar moralmente a la persona por “alinearse” con una
determinada ideología. A partir de ahí hay que combatir al del bando enemigo
como sea, da igual a qué coste. siendo tan simple esa forma sectaria de pensar
sobre las cosas si los políticos verdaderamente se la creen o se suscriben a
ella porque la consideran una herramienta eficaz para manipular la opinión
pública, asumiendo probablemente que la mayoría de la población tiene graves
problemas para pensar de una manera objetiva y abierta y se le da mejor el
alinearse a capa y espada con uno de los bandos.
Confío
en la sensatez de la “masa” y que con la difusión adecuada estos cambios en la
forma de debatir las cosas pueden llegar a calar en la población en general que
por desgracia creo que sigue aún demasiado en el juego de los bandos. A ver si
hay suerte, esto cambia con el tiempo y obliga a medio plazo a los políticos a
que se dejen de memeces y trabajen en las cosas como debe ser.
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