Hay que morir, mientras vivimos.


Cuando se ha gastado, con mucho, la mayor parte de la vida.
He cumplido muchos años. Volveré a agradecer los cumplidos con deseos sinceros de quienes aspiran a convencerme de que lo mejor es cambiar de tema.
Al andar se hace el camino,y al volver la vista atrás
se ve la senda que nuncase ha de volver a pisar.
No faltan, los buenos amigos que recurren a asegurarme que  se han ampliado tanto las fronteras que, a mis años, se es mucho más joven que en el pasado y que, por lo tanto, la expectativa de vida es mayor, además soy un eterno enfermo con salud de hierro. Y todo ello sin dejar de agradecer a quienes, al conocer mi edad, no dudan decir que no la aparento, que son muchos los de mi generación que desearían encontrarse tan bien como yo me encuentro.
Aparento estar bien de salud, la alegría de vivir no me abandona, disfruto del amor y del cariño de mi familia e intento prodigarlo a manos llenas. Mi vocación utópica de la vida sigue intacta. Conozco la familia, la amistad, la docencia y mi entusiasmo por ambas no han languidecido. Leo, escribo e intento enterarme y estar en mi mundo, con más perseverancia que en el pasado. No sé vivir sin Esperanza, que cultivo cada día en todas las pequeñas cosas. La fortuna me ha bendecido con una magnifica familia, cuatro maravillosos hijos y además he hecho dos carreras, escrito tres libros y conozco la experiencia de ser abuelo… ¿qué más puedo pedir?
¿Me doy acaso por cumplido y, saciado, quiero partir? ¿Ya lo tengo todo y nada me queda por ganar? ¿Se ha quedado sin futuro mi deseo?... Nada de eso, obro y deseo con la intensidad de siempre. Lo que no quiero, lo que temo, justamente, es que la muerte se olvide de abrazarme cuando ya no pueda vivir como vivo. Con esta intensidad, con este entusiasmo, con este deseo. Cuando de mí no quede sino un saldo, las frías cenizas de un fuego que se apagó. Para que eso no suceda, lo mejor sería no abusar de los años.
No quiero dejarme engañar por la tentación de trescientos días más y luego otros trescientos y terminar perdiéndolo. ¿Pero qué hacer para remediarlo si se renuncia al suicidio? Hay gente afortunada y gente en manos del infortunio. La primera es arrancada a sus pasiones sin haberlas perdido. En el goce de su intensidad. La segunda se sobrevive, integra la extensa caravana de los que se han excedido durando más años de los que lograron vivir. Inexisten; son pura permanencia. O nostalgia sin más de lo sido.
Nací sin voluntad de hacerlo y moriré sin quererlo e igual que cuando nací no necesitare nada, todo lo que poseo se quedará aquí. Espero que sea para disfrute y recuerdo de los demás, para que la evocación perdure con mi obra, mi trabajo y fundamentalmente mi amor.
Deseo estar lejos de los tormentos que atribuye el deterioro del cuerpo y de la mente. Y si la muerte oportuna, tal como la entiendo, no llega cuando se aclama, sólo cabe implorar que sobrevenga.
Mi vida ha sido larga, larga en logros, emociones y revelaciones que reflejaron miserias y riquezas. El arte del bien morir no puede ser otro que el de morir estando bien.  Sabiéndonos protagonistas de lo que nos pasa. Morir mientras vivimos, porque la verdadera muerte se enmascara en ese después y cuando la mejor inquietud ya se ha perdido y se espera la recompensa del más allá.

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