¿Qué sentido tiene la melancolía del pasado y de un yo diferente?
¿O la añoranza por lo que pudo haber sido y no fue...? ¿Tendría más sentido la ilusión por lo que pueda esperarle a alguien que tal vez ni siquiera sea yo mismo? Una canción nos evoca un amor del pasado, el olor nos transporta a la infancia y a la alegría de la juventud… 

La nostalgia suele ser triste, se recuerda el gozo del pasado, pero punza saber que no pueden volver.  Andamos al encuentro de nuestro ser en el tiempo e interrogarnos sobre el sentido de la identidad, el ritmo de la vida y qué hacer con nuestro pasado. 

Nos vamos formando partiendo de recuerdos, de experiencias que construyen lo que somos ahora. Que la nostalgia nos roce de vez en cuando puede ser una experiencia gratificante, pero nunca debemos vivir anclados en el pasado, en los recuerdos. Las evocaciones nunca deben constituir una obsesión que nos pueda imposibilitar avanzar como personas o propiciando un mundo emocional lleno de melancolía . Sin saber cómo, nos vemos arropados por multitud de imágenes, sensaciones, palabras y sonidos de ese ayer que nuestra memoria ha guardado con sigilo y ternura en una parte especial de nuestra memoria y tejen lo que somos. 

La nostalgia nos trae escenarios de una vida vivida llena de añoranza de un ayer que tal vez, concentró felicidad, un bienestar del que carecemos en el presente. Es entonces cuando nos podemos obsesionar en la añoranza sin encontrar demasiado sentido a nuestra actual vivencia y generando un exilio personal del presente. El pasado nos debe servir de referencia para conseguir logros en la vida como un como enorme escaparate en donde nos sumergimos en un proceso depresivo. la nostalgia debe formar solamente parte de nuestro archivo personal a donde se puede consultar de vez.

Atesoramos experiencias cuyo significado ha calado tan hondo en nuestra existencia, que su  recuerdo nos traslada hasta ese mismo instante en el que logramos el éxito, que surgió el amor, que vivimos con intensidad, que descubrimos,….. que, nos pareció que estábamos cambiando el mundo. Tal vez no repetiríamos los mismos acontecimientos, pero qué duda cabe que volveríamos gustosos a envolvernos de los mismos sentimientos. Anclados. No somos dueños de lo que sentimos”, pero sí de lo que hacemos. Así que, para vacunarse contra la nostalgia excesiva dejando de idealizar el pasado para no anular el presente e hipoteca su futuro.

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