Pensamiento y responsabilidad

martes, 19 de julio de 2016

La infancia de los de mayores de 70 años.


Los niños durante la época difícil de la posguerra.

Siendo niño empecé a distinguir aquello que me gustaba y todo lo que no me apetecía. La necesidad aviva el espíritu y la inteligencia. Mi infancia la pasé jugando con mis amigos de la calle y a juegos que se confeccionaban con los medios naturales que disponíamos del vertedero próximo.
Hacíamos pelotas con cuerdas, tela y papel, jugábamos a las tabas con huesos de cordero y a los cromos con un tacón de un zapato viejo. Al “robaterrenos” con un clavo de hierro bien afilado, a la toña con un palo de madera, además de otros divertimentos de más acción y muy participativos como: policías y ladrones, tula, a la una andaba la mula, balón prisionero, rescate, el peon, la cuerda, las cartas…. El arte del ingenio siempre surge de la necesidad de conseguir un mundo, más cómodo, divertido… y vivible. A pesar de todo éramos niños felices a los que nos faltaban veinticinco céntimos para tener un real
A los nueve años ya tenía muy claro que no quería ser guardia civil como mi papa, que no quería vivir en una casa cuartel, no quería darle miedo a la gente, ni saber que escupían al suelo en cuanto te daban la espalda. Quería trabajar en una oficina como ingeniero, o ser boticario para poder hacer experimentos, quería hacer algo divertido, que fuera diferente, que me permitiera viajar y conocer a mucha gente.
Los niños de la posguerra incivil, creo no confundirme mucho si digo que casi todos sabíamos de qué hablaban los susurros y los silencios entrecortados de nuestros mayores.  Que nos confundían con sus fonéticas, sus frases a medio hacer, con sus palabras inventadas. Pero casi todos los niños de la posguerra comenzamos a saber, a entender lo que eran los “paseíllos”, o que fulanito o zutanito es un “hijoputa rojo” que vivía del estraperlo. Éramos las víctimas de una España oscura, triste, de una sociedad cuyo modelo se regía por una dictadura y el poder de una Iglesia cómplice de un gobierno de 36 años. Pero en el fondo, con lo poco que teníamos y lo mucho que nos faltaba éramos niños felices porque éramos niños perjudicados por la pobreza y la historia.
No debemos olvidar a los niños perdidos que no conocimos, a los niños pequeños de hijos de republicanos y la separación forzosa de sus familias. A medida que las tropas sublevadas ganaban terreno, las prisiones se llenaban de personas leales a la República. Entre los prisioneros había mujeres militantes de partidos, esposas, madres y cárceles también había niños que nacieron o ingresaron en la prisión con sus madres y pasaron los primeros años de su vida privados de libertad. Durante la guerra civil, muchos padres tuvieron que tomar la decisión de evacuar a sus hijos al extranjero fundamentalmente a Rusia. Estos niños disfrutaron, en principio, de buen trato por parte de las autoridades soviéticas, mientras la guerra civil seguía su curso. Pero, con la entrada de la Unión Soviética en la Segunda Guerra Mundial y la invasión nazi, hubieron de sobrellevar la dureza de la guerra. Algunos regresaron a España entre 1956 y 1959 y otros se trasladaron a Cuba durante los años sesenta, aunque un importante colectivo permaneció en Rusia hasta la actualidad.

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