La infancia de los de mayores de 70 años.
Los
niños durante la época difícil de la posguerra.
Siendo niño empecé a distinguir aquello que
me gustaba y todo lo que no me apetecía. La necesidad aviva el espíritu y la
inteligencia. Mi infancia la pasé jugando con mis amigos de la calle y a juegos
que se confeccionaban con los medios naturales que disponíamos del vertedero próximo.
Hacíamos pelotas con cuerdas, tela y papel,
jugábamos a las tabas con huesos de cordero y a los cromos con un tacón de un
zapato viejo. Al “robaterrenos” con un clavo de hierro bien afilado, a la toña
con un palo de madera, además de otros divertimentos de más acción y muy
participativos como: policías y ladrones, tula, a la una andaba la mula, balón prisionero,
rescate, el peon, la cuerda, las cartas…. El arte del ingenio siempre surge de la necesidad de conseguir un
mundo, más cómodo, divertido… y vivible. A pesar de todo éramos niños felices a
los que nos faltaban veinticinco céntimos para tener un real
A los nueve años ya tenía muy claro
que no quería ser guardia civil como mi papa, que no quería vivir en una casa
cuartel, no quería darle miedo a la gente, ni saber que escupían al suelo en
cuanto te daban la espalda. Quería trabajar en una oficina como ingeniero, o
ser boticario para poder hacer experimentos, quería hacer algo divertido, que
fuera diferente, que me permitiera viajar y conocer a mucha gente.
Los niños de la posguerra incivil,
creo no confundirme mucho si digo que casi todos sabíamos de qué hablaban los
susurros y los silencios entrecortados de nuestros mayores. Que nos confundían con sus fonéticas, sus
frases a medio hacer, con sus palabras inventadas. Pero casi todos los niños de
la posguerra comenzamos a saber, a entender lo que eran los “paseíllos”, o que
fulanito o zutanito es un “hijoputa rojo” que vivía del estraperlo. Éramos las
víctimas de una España oscura, triste, de una sociedad cuyo modelo se regía por
una dictadura y el poder de una Iglesia cómplice de un gobierno de 36 años.
Pero en el fondo, con lo poco que teníamos y lo mucho que nos faltaba éramos
niños felices porque éramos niños perjudicados por la pobreza y la historia.
No debemos olvidar a los niños
perdidos que no conocimos, a los niños pequeños de hijos de republicanos y la
separación forzosa de sus familias. A medida que las tropas sublevadas ganaban
terreno, las prisiones se llenaban de personas leales a la República. Entre los
prisioneros había mujeres militantes de partidos, esposas, madres y cárceles
también había niños que nacieron o ingresaron en la prisión con sus madres y pasaron
los primeros años de su vida privados de libertad. Durante la guerra civil,
muchos padres tuvieron que tomar la decisión de evacuar a sus hijos al
extranjero fundamentalmente a Rusia. Estos niños disfrutaron, en principio, de buen
trato por parte de las autoridades soviéticas, mientras la guerra civil seguía
su curso. Pero, con la entrada de la Unión Soviética en la Segunda Guerra
Mundial y la invasión nazi, hubieron de sobrellevar la dureza de la guerra. Algunos
regresaron a España entre 1956 y 1959 y otros se trasladaron a Cuba durante los
años sesenta, aunque un importante colectivo permaneció en Rusia hasta la
actualidad.
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