miércoles, 31 de diciembre de 2014

HAY CONSEGUIR UNA ÉTICA



QUE PERMITA LLEGAR A LAS INSTITUCIONES

En donde se consienta debatir, discutir de manera crítica y sin demagogia. Eliminar salarios de privilegio, limitar los mandatos, evitar la duplicación de cargos eternos, acabar con las puertas giratorias y con la dependencia de bancos y grandes empresas.
Hay que introducir transparencia en las agendas, facilitar el control y la censura ciudadana de quienes no desempeñen sus funciones como es debido. Que permita no convertir la política en una actividad reservada exclusivamente a los ricos. Se trata de que un profesional comprometido, también puedan dedicarse a la gestión de lo público. Y de que para hacerlo puedan contar con un ingreso digno, similar a los de un profesor u otros trabajadores con responsabilidades similares. Y se trata, también, de que las formaciones que quieren transformar la realidad puedan contar con una financiación razonable. No para generar maquinarias burocratizadas o para embarcarse en campañas muy caras, sino para trabajar para la mayoría social sin depender de los grandes bancos o donantes poderosos que puedan condicionar los programas.
El triunfo de la derecha ha sido convencer a los trabajadores que deben ser dirigidos para su beneficio, al carecer de la formación adecuada,. Hay mucha gente que cree en la teoría de las élites en el sentido de que son personas genéticamente apropiadas para ocupar los cargos de dirección de la sociedad y todos sus sectores. Estas élites se han preocupado de que las clases bajas tengan un sentido del honor basado en el trabajo honrado, situando la honra en trabajar mejor y en no robar al amo, el cual, por su naturaleza desconfiada, siempre está vigilante. Los sufrimientos son un valor inapreciable para alcanzar el premio en "el más allá", ya que en esta no se puede esperar, dada la debilidad del ser humano. Hemos sido educados para ser gobernados por los de arriba que, dicho sea de paso, no conservan los principios éticos que intentan inculcar a los de abajo o por lo menos, no lo usan en sus relación con ellos.
Lo más importante es convencer a los de abajo que entre ellos también hay personas capaces que pueden tomar el timón del barco, participar en la policía y ser tenido en cuenta para aquellas decisiones que le afectan directamente. Debería ser la ciudadanía, que también está suficientemente preparada, la que participara en establecer las prioridades en el uso del presupuesto, cosa que por mucho que intenten convencernos, no sucede a partir de la representatividad democrática que se subordina totalmente a los intereses económicos, no del conjunto, sino de unos pocos.
La corrupción sistémica de los últimos años es el efecto perverso de una democracia muy pobre. Y que solo puede curarse con más y mejor democracia. Con más democracia política y económica. Con participación ciudadana, popular, real y no meramente retórica. Pero también con formas de producir y de distribuir los recursos más cooperativos, igualitarios y sostenibles. Una regeneración política en serio exige mujeres y hombres austeros que no puedan ser comprados por el poder del dinero. Pero eso no puede depender solo de la virtud personal. Son necesarios, además, garantías jurídicas y controles ciudadanos que recuerden que hasta el más ejemplar, cuando accede al poder, debe ser fiscalizado. Para gobernar obedeciendo y al servicio de las mayorías. Para no ser como ellos.

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