HAY CONSEGUIR UNA ÉTICA
QUE
PERMITA LLEGAR A LAS INSTITUCIONES
En donde
se consienta debatir, discutir de manera crítica y sin demagogia. Eliminar
salarios de privilegio, limitar los mandatos, evitar la duplicación de cargos eternos,
acabar con las puertas giratorias y con la dependencia de bancos y grandes
empresas.
Hay que introducir transparencia en
las agendas, facilitar el control y la censura ciudadana de quienes no
desempeñen sus funciones como es debido. Que permita no convertir la política
en una actividad reservada exclusivamente a los ricos. Se trata de que un
profesional comprometido, también puedan dedicarse a la gestión de lo público.
Y de que para hacerlo puedan contar con un ingreso digno, similar a los de un
profesor u otros trabajadores con responsabilidades similares. Y se trata,
también, de que las formaciones que quieren transformar la realidad puedan
contar con una financiación razonable. No para generar maquinarias
burocratizadas o para embarcarse en campañas muy caras, sino para trabajar para
la mayoría social sin depender de los grandes bancos o donantes poderosos que
puedan condicionar los programas.
El triunfo de la derecha ha sido
convencer a los trabajadores que deben ser dirigidos para su beneficio, al
carecer de la formación adecuada,. Hay mucha gente que cree en la teoría de las
élites en el sentido de que son personas genéticamente apropiadas para ocupar
los cargos de dirección de la sociedad y todos sus sectores. Estas élites se
han preocupado de que las clases bajas tengan un sentido del honor basado en el
trabajo honrado, situando la honra en trabajar mejor y en no robar al amo, el
cual, por su naturaleza desconfiada, siempre está vigilante. Los sufrimientos
son un valor inapreciable para alcanzar el premio en "el más allá", ya
que en esta no se puede esperar, dada la debilidad del ser humano. Hemos sido educados
para ser gobernados por los de arriba que, dicho sea de paso, no conservan los
principios éticos que intentan inculcar a los de abajo o por lo menos, no lo
usan en sus relación con ellos.
Lo más importante es convencer a los
de abajo que entre ellos también hay personas capaces que pueden tomar el timón
del barco, participar en la policía y ser tenido en cuenta para aquellas
decisiones que le afectan directamente. Debería ser la ciudadanía, que también está
suficientemente preparada, la que participara en establecer las prioridades en
el uso del presupuesto, cosa que por mucho que intenten convencernos, no sucede
a partir de la representatividad democrática que se subordina totalmente a los
intereses económicos, no del conjunto, sino de unos pocos.
La corrupción sistémica de los últimos
años es el efecto perverso de una democracia muy pobre. Y que solo puede
curarse con más y mejor democracia. Con más democracia política y económica.
Con participación ciudadana, popular, real y no meramente retórica. Pero
también con formas de producir y de distribuir los recursos más cooperativos,
igualitarios y sostenibles. Una regeneración política en serio exige mujeres y
hombres austeros que no puedan ser comprados por el poder del dinero. Pero eso
no puede depender solo de la virtud personal. Son necesarios, además, garantías
jurídicas y controles ciudadanos que recuerden que hasta el más ejemplar,
cuando accede al poder, debe ser fiscalizado. Para gobernar obedeciendo y al servicio
de las mayorías. Para no ser como ellos.
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