LOS ESPACIOS FAMILIARES VIOLENTOS




EN LO QUE LLEVAMOS DEL 2014 HAN SIDO ASESINADAS 45 MUJERES.


En España, repetimos las cifras, de forma casi automática, y parece que no terminamos de hacernos cargo de lo que significa que decenas de mujeres hayan perdido la vida por ser mujer.
Una de las primeras cosas que hay que señalar es que la violencia de los hombres es un fenómeno cotidiano con diferentes intensidades y en todos los contextos: familiar, afectivo, sexual, laboral y social. Todos hemos sentido miedo alguna vez caminando de noche por la calle, hemos vivido la imposición de roles que no deseábamos, y  sufrido su castigo social.
Como varón soy consciente que aun vivimos inmersos en sociedades patriarcales, en diferentes grados y con consecuencias distintas, pero nacer mujer implica discriminación. El patriarcado, como sistema de dominación, asegura su continuidad fabricando un consenso aparente y tratando de hacer que las cosas funcionen como si fuera natural que funcionasen. Cualquier sistema de dominación actúa mejor si quienes sufren la opresión colaboran. Pero esto no siempre es posible y la violencia masculina es el mecanismo mediante el cual el patriarcado todavía cunde a través del miedo y la coacción.
Existe la violencia porque en la sociedad hay, todavía, una relación jerárquica entre hombres y mujeres. Es un fenómeno estructural, una forma de control que busca mantener a las mujeres en posiciones sociales subordinadas. Es, además, un continuo: comienza con la discriminación sexista y desemboca (puede desembocar) en el asesinato.
Hay  muchas maneras de matar, pueden clavarte un cuchillo en el vientre o pueden quitarte el pan. Vivimos, como tantas veces hemos repetido, en un contexto de emergencia social y de incumplimiento sistemático de los derechos humanos, y es necesario señalar la responsabilidad de quienes nos quitan el pan y nos obligan a convivir con el que empuña el cuchillo. Es necesario señalar la hipocresía de quienes guardan minutos de silencio por las muertas al tiempo que desmantelan las prestaciones sociales de quienes nos roban una educación pública que podría educar a nuestros niños de otra manera; de quienes hablan de libertad al tiempo que pretenden que las mujeres no se escondan  para abortar. La lucha contra la violencia machista es incompatible con el desmantelamiento del Estado de Bienestar. El cierre de servicios especializados y la precarización de las y los trabajadores que atienden estos servicios suponen una actuación irresponsable ante uno de los mayores  problemas que enfrenta nuestra sociedad. Mientras la crisis ahoga a las familias, muchas mujeres se ven encerradas en espacios familiares violentos de los que no pueden escapar porque no tienen los medios económicos para ello.

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