El deber de pedir perdón y la obligación de restituir lo dañado.



En este momento vital,
Cuando he clausurado definitivamente mi obligación de impartir docencia, evitando trasmitir otras que no me satisfacían y que sin embargo tenía que cohabitar con ellas.
Estoy empezando a cerrar algunas ventanas, apagando luces y dándome cuenta  que voy perdiendo la paciencia para  algunas cosas, no porque me haya vuelto arrogante, sino simplemente porque llegué a un punto de mi vida en que no me apetece perder más tiempo con aquello que me desagrada o vulnera.
No tolero fácilmente el cinismo de las personas que lo practican para continuar subsistiendo en la burda mentira. Tampoco tolero las críticas en exceso y las exigencias de cualquier naturaleza.
Creo firmemente, que estoy disipando  la voluntad de agradar a quien no agrado, de querer a quien no me quiere y de sonreír a quien no quiere sonreírme. Tampoco soy capaz a dedicar mi tiempo a  quién miente para seguir manipulando a sus subordinados, no respetándolo sus más elementales principios de pábulo.
Ya hace algún tiempo que decidí no convivir más con la pretensión, hipocresía, deshonestidad y elogios fáciles para la persona que no se lo merece o que convive con la injusticia en su sentido más amplio. Tampoco consigo tolerar la erudición selectiva y la altivez académica de aquellos que lo fundamentan como un sentido de vida.
La madurez, me está aproximando a un punto de sabiduría que me permite captar la realidad objetiva, subjetiva y las verdaderas intenciones de aquellas personas que intentan justificar aquello que no lo es y que además es afecto a los intereses de otros.
No soporto conflictos y comparaciones. Creo en un mundo de opuestos y por eso evito personas de carácter rígido e inflexible.
En la amistad me desagrada la falta de lealtad y la traición. No me llevo nada bien con quien no sabe elogiar o incentivar. Las exageraciones me aburren y me resulta imposible mantenerme en la atención.
Comienzo a darme cuenta que tengo mayor interés por el paisanaje que con el paisaje, fundamentalmente que me llega mucho más fácilmente al espíritu.
……Y encima de todo ya no tengo paciencia para quien no se la merece, sin embargo considero que todos tenemos el derecho de confundirnos, el deber de pedir perdón y la obligación de restituir lo dañado.

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