lunes, 11 de agosto de 2014

Yo me quedé con esa copla




"TODO VA BIEN" "TODO ESTÁ EN PELIGRO"
Mi abuelo, me dijo una vez que a uno no le empiezan a hablar de lo bien que está de salud hasta que empieza a estar francamente “jodido”. Yo me quedé con esa copla y cada vez que sale alguien a hablarnos de la fortaleza de roble de nuestro aparato institucional intuyo que la cosa está muy malita.
Resulta que estas dos afirmaciones, "todo va bien" y "todo está en peligro" emanan de las mismas bocas, se imprimen con la misma tinta en la misma columna y se digitalizan en el mismo post del mismo blog. Hablar el mismo lenguaje es importante en un momento en que, como vemos, hay quien dice lo mismo y lo contrario e intenta llamar a eso ejercicio de coherencia. Pedro Sánchez, por ejemplo, dice que hay que situar al PSOE a la izquierda y a la vez dice que si fuera necesario pactaría con el PP. Artur Mas dice que España ens roba, pero si quien "ens roba" es Jordi Pujol, el asunto se convierte en privado por arte de magia al 3%, que es el porcentaje al que Sherlock Holmes se metía la heroína para olvidarse de que era demasiado listo para llamar a las cosas por su nombre y no por el nombre contrario.
Hubo un tiempo en que decir lo mismo y lo contrario era algo aceptable. Si no, no se entiende que expresiones como "guerra humanitaria" se dijeran con tantísima alegría y paz de espíritu. Hoy, sin embargo, decir que elegir a través de voto directo en clave presidencialista a los alcaldes en las próximas elecciones municipales es un ejercicio de regeneración democrática se ve raro. Si alguien llama a ese apaño, apaño, o pucherazo o jeta de cemento, corre el riesgo de caer del lado del populismo.
Regeneración democrática es la forma educada de llamar a la guerra humanitaria que vivimos aquí, en casa, desde que las constituciones intocables empezaron a tocarse para satisfacer a los mercados financieros en vez de a la gente a las que sirven. Es otra inversión de términos muy populista esa que dice que los instrumentos de la democracia (constituciones, partidos, asociaciones, medios de comunicación) deben servir a las personas y no al revés.
Así que el discurso se tambalea. Los datos, por desgracia, no terminar de mentir tan bien como solían mentir hasta ahora.
Max Aub decía en su biografía novelada sobre Buñuel que en España las revoluciones nunca se habían hecho por el talento de los revolucionarios, sino por la miserable estupidez de las oligarquías (oligarquías decía Max Aub, que casi seguro era populista también, populista culto, pero populista). Decía que si hubieran hecho tan solo una de las reformas agrarias que el campo español venía pidiendo a dolor, sudor y sangre (por este orden) desde finales del siglo XIX no habría existido jamás movimiento obrero tan potente en España, ni anarquismo para el caso, ni ismos en general.
Quizás si alguien hubiera escuchado lo que las calles, plazas y redes ponían encima de la mesa desde (al menos) mayo de 2011 ahora no estaría el bipartidismo esplendoroso de buenísima salud. Pero apenas tres meses después de esa "revuelta cívica", que es como el PSOE llamaba sin reírse a lo que sucedió el 15M, lo que Zapatero hizo fue reformar la Constitución.

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