Cuando las minorías dejan de serlo
DE MAYORÍA SILENCIOSA A MINORÍA RUIDOSA
La “mayoría silenciosa” se ha
convertido en eje de la política española actual. En manos del Gobierno, es el
arma arrojadiza contra cualquier movilización que cuestione sus políticas. Los
que protestan contra los recortes, contra las privatizaciones, exigiendo mayor
democracia, son siempre una “minoría ruidosa”, una minoría extremista,
invariablemente manipulada. La “mayoría silenciosa”, en cambio, sería la
expresión ontológica de una sociedad civilizada. La que se queda en casa, la
que soporta estoicamente los ajustes y las exhibiciones de impunidad de los que
mandan sin rechistar.
Minoria ruidosa creciente |
Escarmentado
por las movilizaciones anti-ajuste contra el PSOE y por el crecimiento del sabelianismo
en Cataluña, la idea de estrechar el cerco contra la protesta social ha estado
presente desde un primer momento en los planes del Partido Popular. El propio
Ministro Fernández Díaz ha acompañado cada movilización contra su Gobierno con
un anuncio de endurecimiento del marco de sanciones existentes. A menudo, estos
anuncios han sido tratados como globos sondas, como una suerte de provocación
destinada a quedar en nada o en muy poco. Lo cierto, sin embargo, es que han
producido cambios concretos en el marco normativo y han dado cobertura a
actuaciones policiales que hubieran resultado intolerables unos años antes.
Ya
en ocasión de la primera huelga general contra el Gobierno Rajoy, Fernández
Díaz denunció un “salto cualitativo” en los hechos de violencias registrados
durante las protestas. Esta supuesta “emergencia” era totalmente infundada a la
luz de los hechos reales. Sin embargo, le permitió anunciar una reforma del
Código Penal que asimilara la llamada “violencia callejera” a conductas fanáticas
o pro-terroristas. Fernández Díaz también aprovechó la coyuntura para enviar
otros mensajes de dureza. Sugirió que asociaciones, partidos y sindicatos
respondieran penalmente en aquéllos casos en que algunos de sus afiliados,
partícipes en las manifestaciones convocadas, cometieran hechos delictivos. Y
pidió lo mismo, en el ámbito civil, para padres y tutores cuyos hijos menores
de edad pudieran haber causado daños durante una manifestación.
Muchas
de estas medidas fueron descalificadas como un simple exabrupto. Pero,
inspiraron buena parte la propuesta de reforma del Código Penal anunciada en
ese mismo año por el ministro de Justicia, Alberto Ruiz-Gallardón. El
Anteproyecto de Gallarón perseguía varios objetivos simultáneos. Por un lado,
contemplaba nuevos delitos y endurecía penas y multas que podían afectar las
ocupaciones pacíficas y reivindicativas de entidades bancarias u organismos
públicos, los bloqueos simbólicos de transportes públicos o el ciber-activismo
en las redes sociales. Por otra parte, ampliaba el alcance de delitos ya
existentes como el de desórdenes públicos y abría las puertas a la
criminalización de la resistencia pasiva, como había pedido Fernández Díaz Finalmente,
establecía la desaparición de las faltas, que pasaban a convertirse, bien en
delitos leves, bien en infracciones administrativas. Esta última medida distaba
de ser una expresión del principio de intervención mínima. Muchas actuaciones
hasta entonces constitutivas de faltas, en realidad, recibieron un tratamiento
penal más duro. Con ello, actuaciones de desobediencia protagonizadas por el
15-M, los Yayoflautas, la Plataforma de Afectados por las Hipotecas o el
Sindicato Andaluz de Trabajadores corrían el riesgo de recibir abultadas
sanciones económicas o de acabar en el banquillo de los acusados, en un juicio
penal por delito grave.
Comentarios
Publicar un comentario