MI RECUERDO PARA ADOLFO SUAREZ
EL DÍA QUE ME MUERA.
No
quiero que me pongan por las nubes los mismos que me desdeñaron e intentaron
hacer mi vida imposible.
En un país donde, no dimite nadie, Adolfo Suárez lo hizo dos veces: como presidente del gobierno en enero de 1981 y como responsable de un partido político diez años después. Hubo una tercera vez: hace once años dimitió también de sus recuerdos.
Adolfo Suárez ocupará sin duda un
lugar importante en los libros de Historia. Como lo ocuparán también la
Transición que pilotó y la Constitución que propugnó y cuyo momento de pasar
página, ahora que nos deja su artífice, parece obvio que también ha llegado.
No
quiero que me pongan por las nubes los mismos que en vida me desdeñaron. Los menores
de treinta y cinco quizás no lo sepáis, pero la mitad de los panegíricos,
encomios y enaltecimientos varios dedicados a Adolfo Suárez que escucháis están
firmados por los mismos que durante aquellos años clave se dedicaron a hacerle
la vida imposible a aquel entusiasta”tahúr
del Mississippi” quien, sin haber leído apenas en su vida, supo no
arredrarse cuando le encargaron un marrón que solo un “tahúr” como él podía
atreverse a aceptar. Tal vez por eso siento la terquedad de la condición humana
en despreciar, abandonar, desconsiderar o arrinconar en vida a quienes
compartieron con nosotros la existencia, llorando luego su muerte con
desconsoladas lágrimas y arrepentimientos, por no haber hecho con ellos lo que
pudimos hacer mientras estuvieron con nosotros.
La abundancia de elogios recibidos
tras la muerte de quien más fue insultado, denigrado, despreciado y abucheado en
este país, en el momento que más aplausos merecía, hace realidad el dicho
familiar que censura tal comportamiento, afirmando que una vez muerto el vivo,
de nada vale ponerle comida en el plato.
No seré yo quien ahora elogie,
defienda y exprese mi respeto y gratitud a Adolfo Suárez después de muerto,
porque ya lo hice en tiempos de sequía para él y he seguido haciéndolo durante
años, mirando siempre a sus grandes aciertos e innegables logros y olvidando
los errores cometidos. Treinta y tres años hace que se marchó y ahora, los
mismos que le amargaron la vida, no se cortan un pelo a la hora de hablar
maravillas de él a estas alturas. Gestionaba los asuntos con la ansiedad, el
hieratismo y la determinación de los jugadores de póker y aunque cerró en falso
muchos episodios de la historia reciente, aunque dejó abiertas muchas heridas,
sus defensores argumentan que al menos consiguió que no volviera a haber
sangre. Que no corriera la sangre como tal, porque en el sentido figurado sí
que la hubo. Para dar y para regalar.
Pero esto no ha sido compartido por el
“faltoso enano cavernícola” y el “revisionista escribidor iletrado”, que llevan
el paso cambiado en una sociedad que camina hacia el sentimiento común de
agradecimiento a un buen hombre, valiente político y gran estadista que pilotó
con éxito el cambio de régimen en España, sorteando todas las piedras que le
pusieron en el camino los terroristas, la oposición, muchos periodistas y sus
ambiciosos compañeros de partido.
Comentarios
Publicar un comentario