LA MARCHA DE LA DIGNIDAD



PAN, TRABAJO Y TECHO
Una ola humana inundaba Madrid este fin de semana. Quizás ha sido el tsunami que se espera tras las diferentes Mareas que han atravesado el país durante los últimos tiempos, con los pies rotos pero el corazón firme,
Llegaban a la capital desde todos los territorios del Estado entre aplausos, canciones, bailes y abrazos, pidiendo “pan, trabajo y techo”: una lección de democracia en toda regla y  protestar contra un Estado que no les representa y que está imponiendo unas políticas públicas a la población dañando el bienestar de las clases populares, sin que exista ningún mandato popular para que se ejecuten, por lo tanto, carentes de legitimidad democrática. Que eliminan, derechos sociales, laborales y políticos, El Manifiesto de estas marchas representa un documento de denuncia a este Estado, imputación procedente de las clases trabajadoras de las distintas partes del país que constituyen el eje de la España real, laica, democrática.
El gobierno del Partido Popular, el más reaccionario de la Europa Occidental y uno de los más corruptos, con una sensibilidad política que, según el panorama político europeo, corresponde a la ultraderecha, está desmontando el ya escasamente financiado Estado del Bienestar español, redistribuyendo la riqueza a favor de los poderosos a costa de las clases populares, y reduciendo incluso más la calidad del sistema democrático español.
Estas marchas, son un movimiento histórico que establece un antes y un después. Eran la España real, la España de los distintos pueblos, hermanados en su denuncia de un Estado que ha perdido legitimidad, y que ha vendido su soberanía a los intereses financieros y económicos que continúan optimizando sus intereses a costa de los de las clases trabajadoras, que están sufriendo en sus propias carnes las consecuencias de su codicia. Estas marchas y su composición muestran claramente el agotamiento y fin de la Transición, simbolizada por la muerte de uno de sus protagonistas, Adolfo Suárez, en las mismas fechas en las que han ocurrido las marchas, y que, veremos, será utilizada por el establishment para promover una idealización de la Transición.
La afluencia de dignidad y el ejemplo de unidad y solidaridad que han demostrado los ciudadanos debería ser una nota a tomar en cuenta por aquellos que dicen “servir al público”, sea en las redacciones o en los Parlamentos. Es un símbolo de los tiempos que nos ha tocado vivir.
Si hacen caso omiso, no importa: Colón no es la última parada de la dignidad, los y las marchantes apuestan por que continúe en el tiempo, que una a cada vez más gente, que alcance más conciencias, que active a quienes aún son espectadores de su propio drama. Si el grito de las marchas no les llega, quizás un día desearán haberlo escuchado y será demasiado tarde.

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