ATENTICOS DELITOS



LA TROLA SISTEMATICA DE NUESTROS POLÍTICOS ES ENDÉMICA
En España parece extendida una actitud de tolerancia con el engaño, y existe una cierta complicidad con el tramposo, al que con frecuencia se le concede la gracia del pícaro.
España es uno de los países del mundo en los que las argucias, las mentiras y los auténticos delitos de la clase política están menos penalizados, e incluso el éxito internacional sin precedentes del deporte español no se ha librado de la sombra de la duda sobre si sus responsables tienen un genuino interés en perseguir el dopaje con toda la inclemencia posible.
Todas estas mentiras han provocado numerosos escritos y artículos de opinión, pero estamos tan habituados a las mentiras de nuestros dirigentes que llegamos a relacionar el ejercicio de la política con la falsedad, aunque sea parcial o diplomática.
Señalaba Churchill que “la primera víctima de la guerra es la verdad”, lo cual nos lleva por analogía a decir que “el peor enemigo de la democracia es la mentira”, nos hemos acostumbrado al tufo de la mentira y quizá ya no la notamos.
No debe dejar de sorprendernos la frecuencia y la profundidad de las mentiras de nuestros políticos, Pero sí enfurecernos la impunidad para mentir de la que gozan. Sus mentiras nunca tienen consecuencias proporcionales a su gravedad. En general, no tienen apenas consecuencias. No solo mienten nuestros políticos en campaña electoral. El actual gobierno del PP ha incumplido la inmensa mayoría de los puntos de su programa electoral y las justificaciones para hacerlo son, en general, falsas. Mienten también los miembros más prominentes del gobierno,  como el Presidente y la Vicepresidenta, incluso en sede parlamentaria. En Estados Unidos el engaño es un delito con profundas consecuencias políticas, pero desgraciadamente en nuestro país las mentiras no tienen reprobación en el parlamento.
Miente el presidente del Tribunal Constitucional para ocultar su militancia en el partido del gobierno, y tras hacerlo recibe el apoyo casi unánime del resto de sus magistrados. Mienten los informativos de la televisión pública, que pagamos entre todos, liderados por una persona cuya tesis de Master se titulaba “Estrategia de comunicación para el triunfo del Partido Popular en las próximas elecciones generales”. Miente la alcaldesa de Valdemorillo, con un rostro impresionante en la inmensa mayoría de sus manifestaciones de tal guisa que siempre hay que entender su mensajes de manera opuesta a como han sido comunicados. Detrás de cada afirmación existe una negación soterrada y viceversa.  
Quizá este extremo sea endémico de nuestro país, ya que hemos visto a políticos ingleses o alemanes dimitir por descubrirse mentiras relativamente modestas. En España las únicas consecuencias de la mentira han sido ligeras bajadas de popularidad, rápidamente neutralizadas por mensajes optimistas también alejados de la realidad.


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