Nostalgia y pasado



NOTA DEL AUTOR: La línea editorial de mi página, fundamentada en la critica utópica y constructiva de la sociedad que me toco vivir, se alternara con estos capítulos que irán apareciendo periódicamente. Para que el lector los distinga, estarán escritos en sepia.

UNA INFANCIA DE POSGUERRA VIVIDA EN LA “PROSPE”
La “Prosperidad” es un barrio de Madrid que en la actualidad forma parte del distrito postal 2 Chamartín, surgiría en uno de estos lugares que conducía a ambos lados del camino que llevaba al pueblo de Hortaleza. A cuyos parajes se extendían pequeñas huertas y campos de trigo, próximos al cauce del arroyo del Abroñigal
Este documento nace en mi blogEl circulo del ágora” con el objetivo de unir en el recuerdo, experiencias vividas e intentar documentarlas, al objeto de conseguir una publicación que sería de aquellos que quieran aportar su experiencia.

Capitulo 1.  La topología de mi barrio
Cuando la edad comienza a mostrarnos que nos acercamos a enorme velocidad al término de nuestra existencia, afloran todas las añoranzas de un pasado, que está lejos en el tiempo pero cerca del corazón. Lo acaecido forma parte, del pretérito de nuestra niñez y de nuestra primera juventud, una etapa cargada de recuerdos que empiezan a entremezclarse una con ficción ilusionada.
Puedo decir que viví la infancia con intensidad en mi barrio, participe intensamente de sus vivencias y también de frustraciones, surgidas en el entorno próximo al ya desaparecido edificio 21 de calle Gabriel Lobo. Vivía en un edificio de planta rectangular con patio de vecindad y una corrala típica madrileña. El edificio tenía dos alturas y estaba construido sobre muros de carga. En la planta baja vivía D. Carlos, el casero, que además en el mismo edificio tenía en puerta de calle una cacharrería. A mí me gustaba el olor que salía de esta tienda una mezcla de aromas en los que dominaba el de jabones. D. Carlos vivía con su hermana la Sra. Boni, una mujer siempre mayor que me adoraba, que continuamente tenía una frase cariñosa para mostrarme. Yo la recuerdo con cariño, el mismo que me demostró siempre ella; para ella yo era el prototipo de niño bueno.
Anexa a la parroquia del Sagrado Corazón, antes colegio

A medida que me iba haciendo mayor esta señora se me hacía más y más pesada. Esta pareja, vivió y murió de la misma manera en la austeridad más absoluta. Cuando muriera la Sra. Boni, la ultima en despedirse de esta vida, sus parientes lejanos permanecían como buitres para consumar el reparto de sus bienes. Aquella experiencia me sirvió, entre otras cosas, para entender que había que tener un mayor desprendimiento de las cosas a mi servicio, para poderlas socializar mientras disfrutara de su socialización.
Era un niño que me divertía en la calle sin el mínimo atisbo de peligro, que después de haber completado mis deberes escolares, jugaba con mis amigos, hasta que caía la tarde que había que recogerse. Jamás tuve frio en invierno ni calor en el estío. Y durante los casi tres meses de vacaciones estivales, entonces el veraneo era minoritario.
Jugaba en la calle de la mañana a la noche y mis grandes amigos de juego: de peón, chapas, tabas, clavo, cromos o tacón,… los encontraba allí, en la calle. Amigos que pasado el tiempo sigo recordando con ternura y nostalgia:¿Qué será y donde estarán?, Daniel, Juan Carlos, Padierna, Monchi, “El coreano”, Massa, Goro, Paco Checa, Ramón, Gustavo, Juanma, Gabriel… y…. muchos más.
Para ellos va mi cariño conjuntamente con mi consideración, ya que actualmente somos parte de lo que fuimos.
Puedo asegurar que fui capaz de sacar el mayor partido posible de los mimbres que acumulé entonces, que he tenido la gran fortuna en hacer y trabajar en aquello que me gustó en cada momento de mi vida, y lograr lo mejor de mi inestable salud de hierro.
Los inicios de mi barrio
Madrid fue conquistada por Alfonso VI en 1083 ó 1085 después de haber transcurrido 220 años bajo el dominio musulmán. Era una plaza fuerte, un alcázar, construido para defender Toledo y la vega del Tajo de las incursiones cristianas por el puerto de Somosierra y el río Jarama.
Hasta el siglo XIII no se disponen de documentos que atestigüen la existencia de un poblado en Chamartín. Estaba situado en la zona norte del Distrito, alrededor de la actual plaza del Duque de Pastrana. Era un pequeño pueblo de labradores y pastores, de pecheros, sometidos a un régimen feudal. El poblado adquirió más importancia con la construcción del palacio de los Duques del Infantado en el siglo XVI que estaba situado en lo que es ahora la finca del Colegio de N.S. del Recuerdo. En el siglo XVII Felipe IV vendió el pueblo y amplios terrenos al Marques de la Rosa. El Marqués adquirió con la compra derechos de jurisdicción civil y criminal que comprendían “horca, picota, cárcel, cuchillo, cepo y azote” para dominar a unos pocos labriegos. La propiedad pasó con los años a la casa de Pastrana.
¿Quién nos iba a decir que el nombre del barrio se debe a un parisino llamado Prospero? Madrid, villa y corte, pequeña y algo desestructurada se empieza a preparar para un cambio demográfico importante.
Desde el segundo tercio del siglo XIX, y como consecuencia del desarrollo industrial, Madrid iba sufriendo un aumento vegetativo que amenazaba con sobrepasar sus capacidades urbanísticas. La villa, capital del Reino, todavía estaba constreñida por la vieja cerca fiscal construida en 1625. Era evidente que la capital del reino debía crecer, con la llegada de desertores del agro que comenzaban a invadir la almendra central de la villa. Es importante constatar que en 1859, el ingeniero Carlos María de Castro, presentó el proyecto para el ensanche de Madrid, en el que se contemplaba la expansión urbanística de la villa, así como el derribo de la cerca. El proyecto supuso una gran oportunidad para conseguir una vivienda a aquellos que, por la causa que fuera, no conseguían encontrarla dentro los límites de la villa.
Pronto comenzaron los problemas, por un lado estaban las normativas municipales, que regularon de manera clara las obras de construcción. Por otro, los propietarios y los promotores querían beneficios seguros; esto generó una clara actividad especulativa que acarreó que subiera considerablemente el valor del suelo. Por lo tanto, las clases sociales más modestas eran incapaces de afrontar los gastos y las plusvalías que les originaría vivir en el ensanche. La solución para dotar de vivienda a los más desfavorecidos estuvo en el extrarradio, que era amplio y ocupaba el espacio restante entre el Madrid urbanizado y el límite de su término municipal limítrofes con los pueblos próximos.
La “Prospe”, surgiría en uno de estos lugares que conducía a ambos lados del camino que llevaba al pueblo de Hortaleza, a cuyos parajes se extendían pequeñas huertas y campos de trigo, próximos al cauce del arroyo del Abroñigal, cerca de cuyo exiguo cauce se extendían tierras y parcelas propiedad de miembros de la aristocracia como Diego de Colmenares, conde de Polentinos, quien tuvo su finca entre las actuales calles de Marcenado, Sánchez Pacheco y Benigno Soto. Al norte de esta última estaban los llamados terrenos de Pradillo, en los que se abrió la calle del mismo nombre, así como las de San Ernesto, en la que se encontraba una pequeña finca conocida como: Marcenado y las desaparecidas de Petra García y de Quintanar, probablemente nombres de propietarios de aquellas tierras. Más alejado, junto al cauce del antiguo arroyo, estaban las huertas y los melonares del Conde de Villapadierna, en los terrenos en que posteriormente se elevaría la desaparecida Colonia Ibarrondo.
Por estos parajes tuvo Luis Méndez un terreno de cinco hectáreas de extensión que, tras su fallecimiento, puso en venta su viuda, Juliana Juiz y Vega. La finca la compra en noviembre de 1862 un potentado parisino llamado Próspero Soynard, quien la divide en pequeñas parcelas para ponerlas en venta. No tardó en encontrar un vendedor, el espabilado tramoyista de teatro y carpintero de escasos recursos llamado: Gregorio Mayorga, quien haciendo grandes sacrificios, logró comprar su pequeña finca y construir en ella una casita. Imitó a Próspero Soynard y, casi al mismo tiempo, José Subiela, un hombre de negocios que, por avatares políticos y personales, se vio obligado a aceptar un trabajo de apuntador de teatros, adquirió, parceló y vendió un pequeño terreno, comprado por Anselmo González. Tras él, sencillos albañiles, jornaleros y traperos, gastaron su esfuerzo y sus recursos en comprar un terrenito en el que construir una modesta casita que les sirviera de vivienda.
Era este el final de Madrid. Cruzado el arroyo se entraba en el término municipal de Canillas, en cuya “frontera” se abría el conocido Ventorro del Chaleco, un afamado lugar, parada habitual de la zona, en la que entremezclaría la realidad con historias y leyendas, algunas con Luis Candelas como actor principal.
Poco a poco, se iba dando forma a un nuevo barrio de Madrid, que pronto sería conocido con el sonoro y prometedor nombre de “La Prosperidad”, aunque esta denominación, en realidad, no es más que una deformación del nombre de pila de Próspero Soynard, sin aludir en ningún momento a la bonanza o a la fortuna que pareció esquivar siempre las calles del arrabal recientemente formado.
El crecimiento de La Prosperidad en aquellos primeros años fue desestructurado y anárquico, sin plan urbanístico alguno, lo que todavía puede verse en el plano actual del barrio, en el que algunas manzanas parecen delatar los límites del terreno original que dio paso a las parcelas posteriores. Esta situación fue denunciada por el cronista Ángel Fernández de los Ríos.
Desde la segunda mitad del siglo XIX algunas fincas y huertas en la Prosperidad y en la Guindalera cercanas al arroyo Abroñigal, se estaban parcelando para la venta, aprovechando que la continúa llegada de gentes del campo que arribaban a la capital en busca de trabajo, lo cual generaba una importante demanda de terrenos para construir. Las viviendas que se iban levantando, normalmente a cargo de maestros de obra, o autoconstruidas por sus propietarios, solían ser de una sola planta, de aspecto semi-rural y factura tosca a base de materiales económicos, cal y canto revocado o ladrillo visto. Disponían, a modo de ejemplo, de cocina, sala, gabinete y dos dormitorios. Ocupaban parcelas rectangulares, con pequeño jardín a la entrada y patio trasero o galería en forma de corrala. En otros casos la fachada estaba en línea de calle o camino y el jardín o huerta se situaba en las traseras de la casa. Su estilo era muy sobrio, con fachadas de ladrillo y revoco y sin concesiones arquitectónicas, y normalmente se trataba de casas aisladas o pareadas, en cualquier caso viviendas de una sola altura.
Afectada por el Plan Especial de la Avenida de La Paz, ahora M-30, las propiedades fueron expropiadas y derribadas entre los años 70 y 80. Particularmente yo en esa época sentía, como profesional, que se estaba acabando con una parte importante del acervo cultural del Madrid del siglo XX.
Fernández de los Ríos en su obra: Guía de Madrid, se refiere al arrabal de la Prosperidad como un escaso conjunto de 19 casas nacido en 1868 en torno al antiguo camino de Hortaleza y que se había desarrollado en los últimos años en medio del más deplorable desorden de rasantes y alineaciones. En 1888 reunía 166 edificios, 3/4 partes de ellos casas terrenas, con un elevado número de corrales o patios de vecindad en condiciones de salubridad deficientes (Díez de Baldeón, 1985.).
El 5 de enero de 1890 el periódico publicaba una nota que da idea de la situación socioeconómica del barrio: En el barrio de la Prosperidad, fueron repartidas ante el donante, Sr. marqués de Sierra Bullones, 50 chalecos de Bayona, 50 mantones y 150 mantas; socorriéndose con estos objetos a 27 familias de la Guindalera, 14 del barrio del Carmen y unas 50 de la Prosperidad. Además envió, con destino al hospital allí establecido por los señores Soto y Avilés, garbanzos, judías, arroz, tocino y una cesta con botellas de vino generoso”.
Una Memoria escrita por Alberto Aguilera y Velasco, Gobernador civil de Madrid, en la que daba cuenta de los “socorros y donativos realizados durante la epidemia de gripe de 1889-90″, haciendo referencia al mencionado hospital:“Durante la epidemia, dice la Memoria,…“se proporcionó alimento á 62.000 pobres, realizando esta piadosa distribución por su propia mano, las caritativas señoras que componen la Junta del Sagrado Corazón de Jesús. Aparte de esto inaugurárnosle, merced á la iniciativa particular, hospitales provisionales en los barrios extremos de Madrid, donde la población proletaria alcanza mayores cifras de existencia, siendo el primero en instalarse el de la Prosperidad, debido a la activísima gestión de los conocidos industriales Sres. Soto y Avilés, quienes no descansaron hasta ver realizada su caritativa empresa, poniendo en su realización la suma de inteligencia, de constancia y de desinterés que tan abundantemente les caracteriza. Su generosa iniciativa obtuvo bien pronto el poderoso concurso de los Sres. Montero Ríos, Cánovas del Castillo, Ducazcal, Rodríguez (D. Manuel) y Marqués de Sierra Bullones, alcanzando entre todos y con los espontáneos é inteligentes servicios de los médicos Sres. Massip y Rodríguez (D. Carlos) instalar una enfermería
modelo, en la que encontraron gratuita y celosa asistencia todos los enfermos pobres del barrio de la Prosperidad, quienes seguramente recordarán siempre el gran beneficio que de
Niños jugando a las bolas en mi barrio
ben á la diligente caridad de sus conciudadanos”.
En el periodo comprendido entre los inicios del 1.900 y principios del 1.983. La población del barrio pasó de 2.000 habitantes a 38.350 habitantes. Como consecuencia del Plan General de Madrid. el urbanismo de esta zona sufrió una importante trasformación, desapareciendo todas las pequeñas construcciones que se fueron generando durante el inicio del siglo XX
La larga calle de López de Hoyos
Parte de los recuerdos del barrio se focalizan en la calle de Lópe de Hoyos, larga y con algún tramo sinuoso y estrecho. Esta calle nace junto al Paseo de la Castellana, en unión con la calle Pinar, donde se ubica la Residencia de Estudiantes, centro cultural e intelectual de la época. Fue el camino que conducía al pueblo de Hortaleza.
La calle de Lope de Hoyos era recorrida por el tranvía 40 y se constituiría en arteria comercial del barrio, era centro de visita para un sinfín de necesidades emanadas de la vida diaria. El más importante mercado de la época se encontraba ubicado en esta calle y que suministraba viandas a la población popular del barrio. Don Daniel, medico y vecino del barrio vivía también en esta calle
Por tanto López de Hoyos, sin duda, la calle más comercial del barrio, además del mercado tenía los comercios importantes, como Sirera, La Segoviana y, por supuesto, el cine Salón Moderno, “el pipas”, que terminaría tomando el nombre de López de Hoyos. Cesó en su actividad como cine en los ochenta del siglo XX y pasó a dedicarse durante más de una década a ofrecer banquetes de bodas, comuniones, bautizos y celebraciones del género.
Los campos: de las monjas o del reloj y de la montaña
Estampa habitua en el buen tiempol
Mi casa estaba situada en las proximidades de la calle General Mola (Príncipe de Vergara) cuando todavía acababa en Francisco Silvela, muy cerca de la glorieta de López de Hoyos. Esta rotonda, que hasta 1980 se llamó de Ruiz de Alda, el aviador famoso del Plus Ultra, marcaba la frontera de una zona que espacialmente ya no me afectaba, pues yo vivía más arriba, junto al campo de las monjas, en esa zona ahora está el Auditorio.
La calle Príncipe de Vergara antes estaba entrecortada por la presencia de edificaciones que se habían construido sin orden ni concierto. La marca de la futura calle la limitaba dos hileras de encintado de granito mamposteado que corrían paralelas marcando la futura avenida. Las edificaciones construidas en mitad de la futura calle delimitaban el campo de la montaña y el de las monjas (algunos lo conocían como el campo del reloj, debido al gran reloj que tenían las monjas en la fachada del convento). Las viviendas allí construidas tenían la estructura de semi-chavolas que se habían ido amoldando, en el tiempo, a las necesidades de sus moradores. Había también un edificio de tres plantas entre los campos de las monjas y de la montaña que poseía todas las trazas de un atisbo especulativo de la época, había sido construido, a su gusto, por un maestro de obras llamado Modesto Frei, a su hijo le apodábamos “patachicle” un muchacho controvertido que tenia la fatal característica de ser blanco de críticas de los otros chicos de la calle.
En el campo de la montaña había una cueva que furtivamente habitada, durante algún tiempo, por una familia calé. Esta familia creaba un incordio, para todos aquellos niños que usábamos de la montaña para demostrar nuestro dominio y destreza en afrontar dificultades. Yo me he gastado más de unas piezas de mi pantalón por mor de este promontorio, y por el que nos deslizábamos sentados sobre una caja de cartón. El campo de la montana estaba formado por un terreno arcilloso, el llamado “tosco” lo cual permitía que un enorme charco se generaba con las primeras lluvias del otoño, se helaba durante todo el invierno y se convertiría en una magnifica pista de patinaje hasta el mes de mayo. Era una charca magnifica para cazar ranas. En el tiempo actual, se habría clausurado por interés sanitario. Pero los niños de esa época, o moríamos o inoculamos anticuerpos para toda nuestra existencia.
El campo de las monjas, constituía el lugar idóneo para jugar al futbol, al escondite, al “robaterrenos” con el clavo…Siempre había decenas de niños dispuestos a jugar allí. En la entrada al campo de las monjas vivía una familia compuesta de padre, madre y tres hijos, creo que los padres se llamaban Sabino y Balbina, que no dudaban en darnos un vaso de agua después de los partidos de futbol. Posiblemente debido a ello, el ayuntamiento colocó, años después, una fuente publica que manaba agua constantemente en donde niños y perros bebíamos a morro.
Debo contar una anécdota acontecida, en el campo de las monjas, durante un partido de futbol que celebrábamos una tarde de primavera. Mi pandilla, fue retada por unos niños foráneos a jugar un partido de futbol. Yo, para situarme más en trance futbolista, me quite mis pantalones bombachos de pana, recién confeccionados por mi madre, luciendo mis maravillosos calzoncillos también confeccionados por ella, lo mismo que mí camisa y jersey, también manufacturados por ella. Yo en calzoncillos me imaginaba que podía ser Gento. En la segunda media hora, cambiamos de campo y mis pantalones quedaron depositados en la portería del campo contrario. Ambas porterías estaban simplemente señalizadas con dos piedras grandes a cada lado y empezábamos a tener algún espectador que paseaba por el lugar.
Terminado el partido, me dirigí a recoger mis pantalones para irme a mi casa. Mi sorpresa fue mayúscula: mi pantalón bombacho nuevo, había desaparecido por arte de magia, y debía irme a mi casa en calzoncillos para que el zapatillazo de mi madre fuera más doloroso. Pero mi madre, me vio tan compungido, y yo solia ser un niño juicioso, que se limito a decirme: Jesús, no te preocupes, no llores, mañana en el economato te compro otro retal y te confecciono otros nuevos del color que quieras. Yo decidí que fuera verde, de pana verde botella. Mi madre era maravillosa y me comprendía perfectamente. Yo me sentía un niño de once años totalmente feliz, como no podía ser de otra manera.
Para completar y finalizar este apartado, otro magnifico lugar abierto, tendríamos que remontarnos la década de los cincuenta. Justamente en el terreno en donde hoy se ubica la plaza de San Julio, había un magnifico campo de futbol en donde todos los fines de semana jugaban dos equipos del barrio: el Campos y e Carmen. El campo de futbol discurría longitudinalmente paralelamente a la calle Antonio Pérez y finalizaba en la calle Nielfa.
Siendo niño, era para mí un divertimento los días que había partido, ya que concurrían al evento un sinfín de charlatanes y tramoyistas que animaban el acontecimiento deportivo. A mi padre no le gustaba demasiado que estuviera en esos eventos, posiblemente sus rezones tendría, pero,…. yo no encontraba maldad alguna.
La sociedad de aquella época era más simple, más primitiva que la actual, y tal vez por eso muchos de los peligros que podrían ser considerados en la actualidad para un niño, o pasaban desapercibido o no existían con la magnitud y arraigo que se pudieran considerar ahora.
La imaginación “al poder”
A muchos niños de ahora les parecerá mentira, por la calle Gabriel Lobo podría pasar un coche cada hora, lo cual, si pasaba, esto nos permitía tomar la calzada para jugar al fútbol y las aceras para jugar, a los cromos, a las chapas a la taba o al zurriago…. El concepto de calle, al menos en mi barrio, era lo más parecido a un pueblo de los cincuenta. La falta de medios nos hacia trabajar nuestra imaginación creativa, en busca de nuevas experiencias que nos permitiera hacer volar nuestra fantasía infantil, para intentar suplir nuestras carencias más inmediatas.
En épocas estivales y al caer la tarde, en el solar donde aparcaba el carro el frutero Poli, podía tener lugar una función de títeres. Los niños cenábamos prontito y pertrechados con banquetas cogíamos sitio en “platea de primera” para ver el acontecimiento titiritero. Debía ser un rollo “patatero”, pero a nosotros, a los niños de la posguerra, nos parecía una experiencia distinta que nos permitía permanecer más tiempo en la calle. También aparecía en cualquier momento “el señor y la cabra” que se acompañaban una joven para ofrecernos alguna danza de lo más ramplona. También tragábamos con semejante experiencia ya que nos rompía la rutina. Otro de los personajes que nos obsequiaba los jueves por la mañana en época veraniega era el “Chatarrero por trapos, por trapos cacharros” que nos donaba a los niños con una bolita de anís y que se sacaba…, al saber de dónde, pero que a nosotros nos parecía tan rica.
Yo, me consideraba un niño privilegiado ya que tenía dos magnificas hermanas mayores que yo que en mi niñez me ayudaron a desenvolverme en el medio. Mientras ellas jugaban a la cuerda. Yo, permanecía atónito observando como mi hermana mayor dominaba perfectamente la situación. Considero que mis hermanas han influido eficazmente en haber sido un muchacho sensible y respetuoso con las chicas.
Empezaron a construir nuevas casa en el barrio, cada vez eran mejores tenían mayor calidad que se iban integrando en el barrio, hacían modificar lentamente su configuración sociológica. Nuevos niños fueron apareciendo que se iban incorporando a la vida solidaria de la pandilla, Chano, un buen amigo que lo mantengo a pesar de los cincuenta y tantos transcurridos, “Chachechu”, Landaburu y un largo etcétera (prefiero no aumentar más la lista para que nadie se encuentre olvidado)
Nos íbamos haciendo mayores y comenzábamos a organizar nuestros primeros guateques con el tocadiscos en ristre el tiempo lo vivido y la responsabilidad de los estudios nos hicieron cambiar el uso y las costumbres. El capítulo de los guateques requiere un apartado amplio ya que supuso un cambio importante en el discurrir de nuestras vidas de adolescentes.
Mi calle era cañada real, en tiempo de trashumancia y a partir de la madrugada, cientos de cabezas de ganado pasaban, inundando calzadas y aceras. El tintinear de sus badajos nos despertaba y niños y adultos nos asomarnos a los balcones. Se trataba de un espectáculo único para un niño. A la mañana siguiente las ovejas habían dejado sobre el adoquinado del suelo su huella, que algunos vecinos recogían para abono orgánico de sus geranios.
Cierre del primer capitulo
Considero imprescindible, para situarnos en la topología del barrio, ilustrarlo con un parcelario de la época. Intentare obtener un plano a Gerencia de Urbanismo para ilustrar este capítulo.
BIBLIOGRAFIA:
Carballo Barral, Borja. “Los orígenes del Moderno Madrid: El Ensanche Este (1860-1878)”. Tesis Diploma de Estudios Avanzados. Universidad Complutense de Madrid. Madrid, 2007.
Corral, José del. “Casas madrileñas desaparecidas. Misterios, amores e intrigas”. Biblioteca de Madrid. Editorial Sílex. Madrid, 2004.
Martínez Bara, José Antonio y García Martín, Antonio. “Ciudad-Jardín-Prosperidad”. “Madrid”, Tomo III, Págs. 1041-1060.
Muro, Rómulo. “Barrios de Madrid: La Prosperidad”. Diario “ABC”, núm. 560, 26 de julio de 1906. Págs. 7-8.
Répide, Pedro de. “Las calles de Madrid”. Ediciones La Librería. Madrid, 2007.
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Worms, Charlotte. “La urbanización espontánea del extrarradio de Madrid: una respuesta espontánea al problema de la vivienda. El caso de La Prosperidad (1860-1930)”. “Scripta Nova”. Revista electrónica de Geografía y Ciencia Sociales. Núm. 146 (013), 1 de agosto de 2003.
Chueca Goitia, Fernando. “Madrid, pieza clave de España”, Real Academia de la Historia. Madrid, 1999.

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