Pobreza, abundancia y solidaridad
¿SE PUEDE CONCEBIR UNA DEMOCRÁCIA SIN
POBRES?
Según Aristóteles, en
toda sociedad hay dos partes o partidos, el de los ricos y poderosos y el de
los pobres o precisados.
Muchos piensan que sí y que eso es
posible. Son los que hablan de una renta básica universal, los que defienden
una renta garantizada para los pobres. La masa crítica de economistas y
políticos que están en ello obliga a pensar que es viable económicamente. Es
verdad que nadie se hace rico combatiendo la pobreza, pero si ese es el
problema habría que decirlo.
Por
ello la política consiste en encontrar reglas comunes de convivencia, asunto
nada fácil porque los ricos quieren imponer sus leyes y los pobres, son los más
interesados en buscar la justicia como cimiento de su existenciar. Son dos
miradas distintas y demasiadas veces disyuntas, porque los ricos piensan
combatir la pobreza creando riqueza, mientras que los pobres entienden que el
objetivo de la política es reducir o acabar con la pobreza luchando por la
justicia distributiva.
Si el
camino es crear riqueza, elevaremos el ideal de ser rico al objetivo de todos.
Como no hay para todos, habrá ricos y habrá pobres. Si, por el contrario, el
ideal es combatir la pobreza, el objetivo no es ser rico, sino no pobre. El
problema político no sería entonces la pobreza, sino la riqueza; no la impotencia,
sino la prepotencia; no la escasez, sino el despilfarro no la avaricia sino la
generosidad.
No
es que tengamos que escoger entre positivismo o utopía, sino entre esperanza o desesperanza.
De tanto tentar la política la hemos convertido en lo contrario de la doctrina
Aristotélica que la fundamentó. Vivimos la sorprendente contradicción de una
sociedad abarrotada de gesticulaciones políticas cada vez más alejadas de los
valores que dice defender y que conforman nuestro tiempo. Pensemos por ejemplo
en los derechos humanos que son el fundamento del estado o la sociedad
democrática se están cuestionando permanentemente en eras de una estructura
económica fundamentada el el capitalismo excluyente.
El
mínimo bienestar no depende de la cuenta corriente; que los pobres no son el
precio del bienestar de los ricos presente ni tampoco de las generaciones
futuras. Pues bien, las gesticulaciones políticas que acompañan la crisis
pretenden convivir con seis millones de parados, los mismos que había en Alemania
cuando Hitler llegó al poder, como si su existencia no fuera la prueba del
fracaso de sus políticas. La clase política de ahora tiene una responsabilidad
social enorme, sin embargo la tendencia se escora hacia posiciones de
enriquecimiento personal a costa del los dineros de la población menos beneficiada.
Decir derechos humanos significa comida, techo, sanidad y educación básicos,
para todos, cualquier otra cosa son patrañas y cantos de sirena; formas de
engañar a la población con argumentos no fundamentados en el estado de derecho
o en el fondo ético de la existencia.
Vivimos tiempos y manejamos formas de
gran pobreza intelectual. La política capitalista que nos acoge no da más de sí
porque no hay ideas en el mercado. Pero
en realidad las ideas existen pero no
interesan al poder establecido y son desechadas por radicales o
contraproducentes. Decía Óscar Romero, el obispo asesinado por los detractores
de derechos humanos del Salvador: “Cuando
me dedico a los pobres me llaman santo, pero si denuncio las causas de la
pobreza me tachan de radical”…. La diferencia entre la santidad y la
radicalidad consiste en relacionar o no la riqueza de los ricos con la pobreza
de los pobres
En esta Europa, tan laica y liberal,
hay sitio para los santos, pero no para los radicales. Tal vez por eso, el
ministro Wert hablaba en el Senado “de
esos jóvenes españoles que piden becas de un pasado felizmente superado”. ¿Pero
en qué mundo vive este hombre? ¿Cómo es posible tanta ignorancia de la realidad
que están viviendo muchas familias en España? Puedo dar fe, que unos de los
mejores alumnos que he tenido en mi dilatada vida como profesor, ha dejado su
carrera, este curso, por no poder pagar su matrícula. Baje a la tierra Sr.
Ministro y compruebe usted mismo, porqué
es tan contestado por una opinión pública, perpleja por tanta miopía política.
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