La Conferencia Episcopal
EL ABORTO. OLVIDO DE
LOS EMPOBRECIDOS Y SOLIDARIDAD CON LOS MARGINADOS.
Ante el aborto
Los cristianos debemos
exigir a la Conferencia Episcopal que no solo focalice el problema de nuestra
sociedad en asuntos relacionados únicamente con el aborto, olvidando la opción por los empobrecidos, la austeridad, la
solidaridad con los marginados, la mesa compartida con quienes carecen del
sustento diario, la compasión con los que sufren, la justicia y el trabajo por
la paz.
Las recientes declaraciones del obispo de Alcalá, Reig Pla,
relacionando el aborto con una conjura internacional para reducir la población,
se añaden a tantos pronunciamientos anteriores de la jerarquía católica
española cuyo nivel de condena y rechazo no tiene matices ni contempla
supuestos. En primer lugar por equiparar el sufrimiento de un non nato con
el de un niño y en segundo, por calificar todos los abortos de homicidios.
El presidente
de la Conferencia Episcopal, Antonio María Rouco Varela, no entiende, entre
otras cuestiones, que se siga permitiendo el aborto en España. Sus
declaraciones han sido un tirón de orejas al Gobierno de Mariano Rajoy.
Considera Rouco que el matrimonio homosexual debe desaparecer y alude a la
enseñanza de la religión en las escuelas como lo que la juventud necesita en
esta época. Hay que recordar el discurso del cardenal Rouco, pronunciado
en abril de 2009: "el crimen del aborto ensombrece desde
siempre la historia de la humanidad. Pero ha sido en el siglo pasado cuando
amplios sectores sociales han empezado a considerar públicamente que eliminar a
los que van a nacer no sería algo de por sí reprobable y cuando tal mentalidad
ha encontrado eco en legislaciones que han dejado de proteger el derecho de
todos a vivir".
Estoy en contra de la práctica del sexo bajo los efectos del alcohol o de
las drogas y, si me apuran, contra la promiscuidad como moda juvenil. Pero me
parece alarmante que se equiparen sin discernimiento todos los casos y
situaciones. Y más aún que se compare el aborto a los actos terroristas. Lo
digo teniendo en cuenta que la voz de la Iglesia se escucha ahogada cuando la
social eleva su condena. Me asusta la atribución de la idea o concepto de padre
y madre con tal ligereza. Más aún cuando se condenan la elección de
comenzar o no a serlo, les eximen de cualquier condena ante el maltrato.
Ante
la marginación
La crisis ha sido provocada no solo por la economía sino, como componente
muy decisivo, por la corrupción. Los desastres que está causando han sido
motivados por el capital, pero también, y quizá en mayor medida, por la falta
de ética y la desvergüenza de quienes han tenido la mayor responsabilidad en
este desastre. Los obispos, en España y en Europa, están cometiendo el mayor
escándalo de los últimos tiempos. Las religiones, y concretamente la Iglesia
católica en España, siguen teniendo un peso de autoridad moral importante que
puede ser decisivo en asuntos que afectan de forma tan directa a la conducta
moral de los ciudadanos y a la felicidad o la infelicidad de quienes peor lo
pasan en la vida.
Gran parte de opinión pública considera que la institución eclesiástica se
ha integrado en el sistema económico-político impuesto y que es parte del
sistema, lo justifica, lo legitima, lo defiende y lo protege. ¿Cómo se puede predicar el Evangelio de Jesús en tales condiciones? La respuesta es que la Iglesia necesita una renovación
a fondo y una recuperación evangélica.
Callarse o hacer declaraciones tibias en esta situación es el peor pecado
de omisión que ahora mismo se puede cometer. Estamos ante un escándalo que
clama al cielo. No se puede comprender cómo nuestros obispos protestan por las
cuestiones que afectan a la moral sexual, tal como ellos la entienden y la
proponen, o por la defensa de sus privilegios económicos y legales, al tiempo
que se muestran insensibles ante el sufrimiento de tantas personas que se ven
obligadas a cargar con el yugo más pesado que los empobrecidos tienen que
soportar. En esto se juega el ser o no ser de la Iglesia. Porque una Iglesia,
cuya jerarquía guarda silencio o se expresa con una ambigüedad pretendidamente
neutral ante una situación tan extremadamente grave, no puede ser la Iglesia
que quiso Jesús de Nazaret.
Debemos recordar, ahora más que nunca, la figura ejemplar del papa Juan
XXIII y el 50 aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II. Hay que
pedir de forma apremiante a los obispos que las actitudes solidarias y las
denuncias radicales contra los poderosos se constituyan en criterio rector de
nuestras vidas: "La opción por los
empobrecidos, la austeridad, la solidaridad con los marginados, la mesa
compartida con quienes carecen del sustento diario, la compasión con los que
sufren, la justicia y el trabajo por la paz, y renuncien a los privilegios que
les otorgan los Acuerdos de 1979 y que les impide optar por los sectores
marginados”.
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