Si quieres la Paz, trabaja por la Justicia

El compromiso Evangélico, me pide ser de izquierdas.

Entiendo la espiritualidad como una manera de estar en la realidad, protegiendo, cuidando, alentado y defendiendo la vida frente a todos los mecanismos de muerte. Por esa razón, cultivar el espíritu tiene que ver el ejercicio de nuestra dimensión ética, estética, utópica, sentido de la vida y capacidad para acceder a nuestro Ser.

Sin embargo, la política forma parte de nuestro Ser, que es espiritual y político. El dualismo que ha corrompido nuestra percepción de la realidad ha separado muchas realidades que nunca debieron separarse, en la medida que vamos saliendo de esta percepción, vamos volviendo a ver unidas realidades que lo están, pero no podíamos percibirlo.

Tuve la suerte de conocer muy joven a CEMI, la Teología de la Liberación y descubrir a un Jesús de Nazaret liberador, comprometido con rescatar a su pueblo de todo tipo de esclavitudes, cargas opresoras, estructuras injustas que esclavizaban y mantenían a la mayoría de la población en pobreza y exclusión, dominado por el miedo a un Dios justiciero y excluyente que habíamos aprendido en la escuela durante la dictadura. Un Dios del castigo que permanentemente aparecía en nuestra vida de infantes y que nos obligaba a confesarnos por cualquier cosa. Un Dios opresor que nada tiene que ver con el mensaje evangélico totalmente liberador.

No hay libertad sin igualdad y justicia. Por eso, la espiritualidad tiene que estar centrada en liberar de la pobreza y de la injusticia a quienes, en palabras del Papa Francisco, son “personas descartadas”. La concepción individualista neoliberal de libertad que podemos tener interiorizada sin darnos cuenta, nos puede hacer creer que la libertad nos atañe solo a cada persona, olvidando o marginando la realidad de que somos seres interdependientes y eco-dependientes.

En nuestra formación religiosa cristiana tradicional, esta perspectiva no se nos ofrecía así. Una cosa era la espiritualidad y otra la política; por eso, yo agradezco tanto que, desde muy joven, pude descubrir esa dimensión sociopolítica de toda espiritualidad y, de un modo especial, de espiritualidad cristiana. El Papa Francisco está continuamente llamando al compromiso sociopolítico de los cristianos y anima a para poder cambiar leyes, estructuras y cosmovisiones que ayuden a construir un mundo más justo y fraterno, a cultivar una cultura del Espíritu que nos traslada a concebir el Evangelio desde una perspectiva de izquierdas

La pasividad ante la injusticia brutal que estamos viviendo es callar, pasar de largo, dar rodeos ante quienes están tirados en el camino, apaleados por los múltiples salteadores de turno. Yo no concibo una espiritualidad que no cultive la dimensión profética (como Jesús de Nazaret la ejerció), que no denuncie las injusticias y las corrupciones, porque si nos implicamos en ello, será posible un mundo más justo y más habitable.

La desafección, que es un hecho, que es fruto de una praxis por parte de algunos partidos políticos, sindicatos, iglesias, etc., que no se han caracterizado por la búsqueda del bien común, sino el suyo propio Y eso, sin duda, genera desengaño y desafección. Otras veces, hay desesperanza y desencanto por los pocos resultados obtenidos a pesar de los esfuerzos. Otras, la desafección tiene que ver con la búsqueda interesada, por parte de grupos de presión, para desprestigiar todo tipo de asociacionismo social y político, porque son una amenaza para el individualismo salvaje que propicia el neoliberalismo. Y otras veces, sí puede deberse a un modo de vivir enredados en un individualismo egocéntrico desconectado de nuestra verdadera identidad que, como hemos dicho.

 

 

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