domingo, 11 de septiembre de 2016

No hay nada mejor para un niño que un partidillo de fútbol en la calle



Los juegos de antes y los de ahora
Jugar en la calle, en grupo, saber ganar y perder, ejercitarse a relacionarse con otros niños desde la igualdad. Esa es la asignatura pendiente en la educación actual de un niño.
Hoy tanto los juegos como la manera de jugar han cambiado mucho. Ya no se ven niños correteando en las calles jugando a las chapas, a las bolas, a la peonza, al futbol… Tampoco familia participando de los juegos de mesa, al tiempo que se hacía una puesta en común de la semana o de la jornada.
Antes de que existiera la tele, el ordenador, las videoconsolas, tabletas… los niños jugaban en las plazas y en las calles de los pueblos y ciudades. Esto sigue estando presente en las mentes de muchos padres, madres y abuelos, que intentan recuperarlos para el divertimento de los niños del siglo XXI, pero salvo en las vacaciones de verano resulta difícil la experiencia.
Los juegos tradicionales han abarcado todas las cualidades y el desarrollo social del ser humano. Juegos de habilidad para jóvenes, de flexibilidad, de fuerza para niños, de aprendizaje, o de simple entretenimiento, han servido para que mayores y pequeños se divirtieran juntos y por separado.
Todo el mundo recuerda su niñez y esos juegos que ayudaban a los niños a desarrollarse y a relacionarse con los demás, ya que hacían que niños de distintas calles se juntaran para pasar un buen rato, pudiéndose ver aún la rayuela pintada en el suelo, o varios niños jugando al balón prisionero, pídola o al peón.
El juego más educativo sigue siendo aquel en que los niños han de luchar por el liderazgo o la colaboración, rivalizar o apoyarse, pelearse, pactar y hacer las paces para sobrevivir. Esto no significa que el ordenador o el móvil sean una presencia nociva en sus vidas; al contrario, es una insustituible herramienta de trabajo, pero en cuanto a ocio, el juego tradicional sigue siendo el gran educador social el necesario para hacer adultos tolerantes.
Conviene no convertir a los artefactos en objetos venerables, en amuletos permanentes e imprescindibles. De momento, no hay nada semejante en la vida de un niño a un partidillo de fútbol en la calle, o jugar a las casitas, a robaterrenos o a las chapas…. Y esto no tiene nada que ver con estar en contra de la tecnología y sus avances, sino en la defensa de un tipo de juego participativo tan inexcusable para hacer de los niños seres sociales.
Si hay algo que más preocupa a los padres cuando dejan a sus hijos jugar a maquinitas de manera compulsiva, es que puedan engancharse y dejar de lado otras actividades más importantes, además de que puedan a acceder a contenidos no apropiados para su edad. Está bien dedicar un poco de tiempo a jugar o a divertirse, es bueno saber controlarse y no dejar que algo que pretende hacernos desconectar y liberarnos del estrés diario, se convierta en una actividad altamente perjudicial para nosotros.
La “adicción” del niño a la maquinita es el resultado de sumar a un chaval aburrido, una actividad poco molesta y una falta de opción real. Si realmente estás intranquilo por la cantidad de tiempo que tu hijo dedica a los videojuegos, intenta que pase menos horas jugando porque tenga una alternativa real. No es cuestión de limitarles el tiempo de juego, sino de ofrecer otra cosa que hacer.

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