No hay nada mejor para un niño que un partidillo de fútbol en la calle
Los juegos de antes y los de ahora
Jugar en la calle, en grupo, saber ganar y perder, ejercitarse a
relacionarse con otros niños desde la igualdad. Esa es la asignatura pendiente
en la educación actual de un niño.
Hoy tanto
los juegos como la manera de jugar han cambiado mucho. Ya no se ven niños correteando
en las calles jugando a las chapas, a las bolas, a la peonza, al futbol… Tampoco
familia participando de los juegos de mesa, al tiempo que se hacía una puesta
en común de la semana o de la jornada.
Antes de que
existiera la tele, el ordenador, las videoconsolas, tabletas… los niños jugaban
en las plazas y en las calles de los pueblos y ciudades. Esto sigue estando
presente en las mentes de muchos padres, madres y abuelos, que intentan
recuperarlos para el divertimento de los niños del siglo XXI, pero salvo en las
vacaciones de verano resulta difícil la experiencia.
Los juegos
tradicionales han abarcado todas las cualidades y el desarrollo social del ser
humano. Juegos de habilidad para jóvenes, de flexibilidad, de fuerza para
niños, de aprendizaje, o de simple entretenimiento, han servido para que
mayores y pequeños se divirtieran juntos y por separado.
Todo el
mundo recuerda su niñez y esos juegos que ayudaban a los niños a desarrollarse
y a relacionarse con los demás, ya que hacían que niños de distintas calles se
juntaran para pasar un buen rato, pudiéndose ver aún la rayuela pintada en el
suelo, o varios niños jugando al balón prisionero, pídola o al peón.
El juego más
educativo sigue siendo aquel en que los niños han de luchar por el liderazgo o
la colaboración, rivalizar o apoyarse, pelearse, pactar y hacer las paces para
sobrevivir. Esto no significa que el ordenador o el móvil sean una presencia
nociva en sus vidas; al contrario, es una insustituible herramienta de trabajo,
pero en cuanto a ocio, el juego tradicional sigue siendo el gran educador
social el necesario para hacer adultos tolerantes.
Conviene no
convertir a los artefactos en objetos venerables, en amuletos permanentes e
imprescindibles. De momento, no hay nada semejante en la vida de un niño a un
partidillo de fútbol en la calle, o jugar a las casitas, a robaterrenos o a las
chapas…. Y esto no tiene nada que ver con estar en contra de la tecnología y
sus avances, sino en la defensa de un tipo de juego participativo tan inexcusable
para hacer de los niños seres sociales.
Si hay algo
que más preocupa a los padres cuando dejan a sus hijos jugar a maquinitas de
manera compulsiva, es que puedan engancharse y dejar de lado otras actividades
más importantes, además de que puedan a acceder a contenidos no apropiados para
su edad. Está bien dedicar un poco de tiempo a jugar o a divertirse, es bueno
saber controlarse y no dejar que algo que pretende hacernos desconectar y
liberarnos del estrés diario, se convierta en una actividad altamente
perjudicial para nosotros.
La “adicción”
del niño a la maquinita es el resultado de sumar a un chaval aburrido, una
actividad poco molesta y una falta de opción real. Si realmente estás intranquilo
por la cantidad de tiempo que tu hijo dedica a los videojuegos, intenta que
pase menos horas jugando porque tenga una alternativa real. No es cuestión de limitarles el tiempo de juego, sino de ofrecer otra
cosa que hacer.
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