Cada vez más personas lo viven en carne propia
Nacer es migrar, como también lo es morir.
¿Para qué tantos afanes y estupideces, tanta
violencia en el permanente movimiento migratorio de una humanidad que siempre
ha estado en marcha y que, a pesar de cualquier resistencia, así seguirá en busca
de mejores condiciones de vida?
Migró
el pueblo de Israel desde la esclavitud de Egipto hacia la tierra prometida.
Migración larga y penosa que los llevó a extrañar el tiempo donde “se sentaban frente a las ollas de
carne y comían pan hasta saciarse” (Ex 16,3). ¡Cuántas veces nos
pesa tanto la libertad que preferimos una cierta dosis de esclavitud con tal de
sentir seguridad!
Cada
vez más personas en todos los continentes lo viven en carne propia. Cada vez
son más las personas expulsadas de sus países por el hambre, la falta de
trabajo, la violencia, la guerra y la inseguridad. Cruzan mares, montañas y
desiertos para golpear la puerta de los países desarrollados donde se enfrentan
al rostro cruel de la falta de solidaridad; al sentimiento permanente de ser
inadecuados, de no pertenecer a nada ni a nadie. El fenómeno de la migración
nos pone delante de desafíos tanto a los migrantes como a quienes los reciben.
En un mundo globalizado este desafío se ha convertido en algo para tomar muy en
serio si queremos vivir en paz. Saltar barreras culturales, raciales y
religiosas puede no ser fácil, pero es la única manera de convivir. Y no
hablamos aquí sólo de tolerancia, sino de aceptación. El desafío es ver al
migrante que vive y trabaja en mi comunidad como un ciudadano de derecho pleno
y luchar junto a ellos para que estos derechos se respeten.
Algún
día las fronteras caerán en señal de bienvenida universal pero aún falta mucho
para eso, la evolución humana ha de abrirse a otra forma de entender y acoger.
Falta sobre todo que nos abramos a una forma más humana de mirar al otro que
nos lleve, no solamente a recibirlo, sino a acogerlo como uno más de la
familia. La familia humana. Pero la hipocresía campea a sus anchas mirando
hacia otro lado y manipulando a través de los medios de comunicación. Los
países que se ufanan de ser paladines de los derechos democráticos y de haber
llegado a logros legislativos como la Declaración Universal de Derechos
Humanos, o la creación de la ONU y otros organismos cuya razón de ser es que el
ser humano sea respetado por su propia dignidad innegociable… mientras, se
construyen barreras económicas, vallas metálicas, se esquilman recursos humanos
de países empobrecidos y se provocan guerras que exilian de sus propias vidas a
miles de personas.
Desde
la vieja Europa, los países que tienen sus costas bañadas por el bello Mar
Mediterráneo, asistimos al espectáculo lamentable y doloroso de verlo
convertido en cementerio acuático: miles de personas vienen de Siria, Libia, de
los países de África subsahariana y tantos otros; huyen de guerras, de la
desestabilización de sus países, de la falta de trabajo, de la corrupción
política que mina el desarrollo. Mientras la Unión Europea va poniendo parches
sin llegar al meollo de la injusticia que causa todo esto. Habrá que sentarse
desde una plataforma mundial, sin vetos, para ahondar en las causas de la
injusticia que provoca los movimientos migratorios y la pérdida de derechos
como seres humanos de tantos hermanos en movimiento.
Comentarios
Publicar un comentario