El triunfo de los vulgares



Nos hemos convertido en un país mediocre.

Hay que aceptar que la crisis que seguimos sufriendo ahora es más que económica, va más allá de los políticos, de la codicia de los banqueros o la prima de riesgo. Nuestros problemas no se terminarían solo: cambiando a un partido por otro.
Debemos reconocer que el principal problema de España no el euro o la señora Merkel. Debemos reconocer, para después intentar corregirnos, que, nos hemos convertido en un país mediocre; y ningún país alcanza semejante condición de la noche a la mañana, ni tampoco en unos años. Somos el resultado de una cadena que comienza en la escuela y termina en la clase dirigente.
Hemos creado una cultura en la que los mediocres son los alumnos más aventajados, los primeros en ser ascendidos en la oficina de lo público, los que más se hacen escuchar en los medios de comunicación y a los únicos que votamos en las elecciones sin importarnos lo que han hecho hacen o hagan. Cuya carrera política o profesional desconocemos por completo, si es que la tienen. Estamos tan acostumbrados a esta mediocridad que hemos terminado por aceptarla como el estado natural de las cosas.
¿Acaso no consideras mediocre un país donde sus habitantes pasan 134 minutos al día frente a un televisor? con programas que nos muestra la inmundicia humana llevada a exponentes de basura, en donde su sectarismo rancio, ha conseguido dividir, incluso, a las asociaciones de víctimas del terrorismo. O reformado su sistema educativo tres veces en tres décadas hasta situar a sus estudiantes a la cola del mundo desarrollado.
Un país que tiene dos universidades entre las 10 más antiguas de Europa, pero, sin embargo, no tiene una sola universidad entre las 150 mejores del mundo y fuerza a sus mejores investigadores a exiliarse para poder sobrevivir con su trabajo y sin embargo paga auténticas fortunas a deportistas que se dedican a dar patadas a una pelota. Un país con una cuarta parte de su población en paro que sin embargo encuentra motivos para indignarse cuando su equipo pierde ante otro más sencillo o que el triunfo o la brillantez del vecino provoque recelo en su entorno inmediato. Un país en cuyas instituciones públicas se encuentran dirigentes políticos que jamás ejercieron sus respectivas profesiones, que buscaron en la poltrona política el más relevante modo de vida haciendo de la mediocridad la gran aspiración, perseguida sin complejos por miles de jóvenes que buscan ocupar la próxima plaza en el concurso de Gran Hermano.
Tenemos una pléyade de políticos, en nuestra proximidad más cercana, que desprecian sin aportar una idea y que se rodean de mediocres para disimular su propia mezquindad o estudiantes que ridiculizan al compañero que se esfuerza. Un país que ha permitido, fomentado y celebrado el triunfo de los vulgares, arrinconando la excelencia hasta dejar marchar a los brillantes o engullirlos por la imparable marea gris de la mezquindad. Un país que para lucir sin complejos su bandera, necesita la motivación de algún éxito deportivo como haber ganado la copa de Europa de baloncesto.

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